18 de junio de 2011

Nimrod y Jonas (Sinestesia)




Un abisal y desgarrador quejido en grito rompió contra las costas de la oscuridad interna de Nimrod. Todo se encendió en su fuero interno, todo fue luz. Nimrod había despertado en su conciencia mientras que su cuerpo permanecía en coma y Jonás se sintió desnudo. No quedaba un ápice de oscuridad tras la que guarecerse, cualquier profundidad en la conciencia de su Saksakayan acababa de ser desprovista de velos; y todos los esquemas estratégicos de Jonás, el enlazador, se desmenuzaban en las aguas del cambio repentino. ¿Serían estas las horas del enfrentamiento? ¿Cómo reaccionaría un alma invadida? ¿A qué tipo de fuerzas tendría que medirse?... En todo esto pensaba el enlazador hasta que decidió poner fin a tantas y tan tontas preguntas, simplemente debía estar preparado, algo tan sencillo como eso: estar preparado. Jonás dejó de sentir temor, dejó de ocultarse y esperó.
Notaba la presencia de Nimrod por todos los lados, allá donde miraba, allá donde sentía, allá donde percibía la mínima expresión de cualquier detalle. Allá, en cualquier allá, todo estaba impregnado de la esencia misma del Saksakayan. Nimrod era todo lo que le rodeaba.


La luz de la conciencia, del espíritu, del alma, del inconsciente, del yo de Nimrod aumentó su intensidad y tomó un mismo color brillante, el blanco. Y fue entonces cuando Jonás pudo ver por vez primera en su vida lo que siempre le habían contado: que en el color blanco habitaban todos los colores. Nunca nunca nunca podría describírselo a nadie porque el poder de las palabras no llega hasta esas tierras. Pero Jonás veía en aquella blanca luz todos los colores sin verlos, los sentía, lo eran todo. Y se supo sinestésico con todo su ser.


Como si le hubieran clavado un cuchillo romo en el pecho se retorció Jonás. Sintió la urgencia de la huida, tenía que salir de aquel cuerpo antes de que fuera imposible. Cuando miró hacia el lugar de los hilos rotos que bordaban la memoria de Nimrod y los vio deshacerse, entendió lo que estaba ocurriendo. Quiso impedirlo, agarró el trozo de hilo que era más grueso que los demás, el blanco de perla pulida, el que él mismo había partido, y lo entrelazó hasta fabricar un sencillo collar que, sin pensar, se colocó en el cuello. Todas sus acciones fueron fruto de la improvisación, de la intuición del mejor enlazador de Járiga, y le sirvieron. Jonás salió despedido del Saksakayan y se encontró de pronto en medio de un camino en algún lugar desconocido. Echó mano al collar y éste se volvió ceniza en sus manos, luego lloró durante días mientras anduvo sin rumbo hacia no tiene importancia.


Pasó casi un año hasta que Jonás volvió a pensar en Nimrod, el quizás vigoroso cazador de las Tierras Azules. Y sobre un puente, mientras observaba el paso de la aguas del Río Graa, reflexionó sobre todo lo que vivió, todo lo que sintió.





2 comentarios:

  1. Y me has dejao con la miel en los labios...¡¡¡Joooo Don Rove!!! ¿Cómo sigue? ¡¡¡Vaaaamoooos!!!
    Quiero más, quiero más.
    Abracicos como collares de blanca perla pulida que no se deshacen, pero que se derriten para inundarte por completo con amor enlazador de madre. Muask

    ResponderEliminar
  2. ¡Y pudo ver todos los colores en la luz blanca! ¡guaaaaaaaau qué suerte tiene este enlazador!

    Ya ves... perder la esperanza no sirve de nada, a veces, la intuición es la mejor pauta de actuación; se las ingenió y ¡mira! salió despedido.

    Tuvo que pasar un año ¡bueno y qué! el año sería sólo el tiempo necesario para despertar... la salida del ego es lo que tiene, que sólo hace que seamos conscientes cuando escuchamos, vemos o sentimos sin más el CLICK.

    Un beso, artista ¡me encantas!

    ResponderEliminar