5 de noviembre de 2011

He dejado un amor en el mundo



“He dejado un amor en el mundo
a salvo de los peces y de los pájaros,
a salvo del tiempo y la monotonía.
Lo he dejado a salvo de cualquier peligro,
por eso no puedes poseerlo,
y por eso no lo puedes retener,
pero puedes sentirlo,
casi te parecerá tocarlo.
Pero no es tuyo, ya no, y tampoco es mío, que va.
Lo escondí dentro del pez, centellea en sus escamas.
Lo dejé oculto bajo las plumas que el viento acaricia,
en los mismísimos pájaros. Y también donde el tiempo,
ese espectro ataviado con anteojeras que relincha y todo arrasa.
Y en la monotonía, en ella también; en ella que se nos hizo tan larga.

He dejado un amor en el mundo.”



Esta era la canción que cantaba en las azoteas del Amaraun la Niña-eterna. Sena, ese era su nombre. No puedo precisar si la conocí antes a ella o fue a Praix, el chico sin apellidos. No sé. No importa. En cualquier caso, cuando Sena cantaba sus canciones toda mi sangre acudía despavorida a coagularse en mi pecho. Mi corazón se quedaba todo el tiempo que duraba la canción quieto como un camino, y tan en silencio que no sabía si se había muerto o quería convertirse en abismo. ¡Qué voz! ¡qué voz desgarrada y augusta se derramaba por su garganta! No podéis imaginarlo. Todavía debe seguir derramándose como ríos que nacen en copas cristalinas.

Hace ya mucho que no me oculto al abrigo de las sombras para deleitarme con su canto, no lo hago porque me parece que de alguna manera estoy escuchando algo que no ha sido creado para tal fin. Son los llantos de Sena, se los dedica a las noches sin luna. Fabulo que ella cree que cuando no hay luna, la noche está desnuda y le presta más atención. Ella no llora, yo sí, porque hice mía su canción.



Dibujo de Maria Pan

3 comentarios: