10 de marzo de 2013

El curso de los ríos




"Vértigo en el pelo" de María Pan.
(Prometo no tener miedo en ningún salto, me lo prometo)


¿Será éste el primer resultado del intento de volar del hombre, de volar y salvar obstáculos, de elevarse sobre sus limitaciones? Se preguntaba Jonás en la orilla izquierda mientras contemplaba el puente de piedra que se elevaba sobre el río. La Niña-Reina lo había citado de nuevo en el Palacio del Amaraun, se lo había hecho saber por mediación de una canción en la radio. Los enlazadores saben distinguir estos avisos por la combinación de sonidos que anteceden al mensaje pero los sonidos no se producen en la canción sino afuera, los produce la gente, la naturaleza, el silencio. En esta ocasión un jilguero, una rama seca y el pensamiento de una mujer que leía un tablón de anuncios predispusieron su mente, Jonás prestó atención a la letra de la canción que sonaba en ese instante: “iluminando distancias, rearmando lo que se separa”, lo anotó en su libreta y dejó que el tiempo siguiera su curso.

Ahora, días después, se encuentra plantado en la orilla del río Graa preguntándose sobre el significado potencial de los puentes. Jonás piensa que son caminos flotantes, le fascina el hecho elemental de su funcionamiento: salvar un obstáculo, unir dos lados. “Iluminando distancias, rearmando lo que se separa”- recuerda.
El puente forma un arco elevado que impide ver la otra orilla y ante la previsible acometida de una nueva misión, Jonás se siente demasiado excitado para centrarse en el mundo. Él, que siempre ha sido un enlazador templado, no puede parar su cabeza, una nueva idea aparece con cada uno de los latidos de su corazón y eso es demasiado, es algo que le produce dolor y que a la vez no puede parar, se siente vulnerable. Le gustaría echar a correr, huir de nuevo hacia Entremundos, vaciar su corazón de sentimientos, su cabeza de pensamientos, habitar en ese espacio de paz suprema incompatible con la vida. Pero sigue clavado en el inicio de la calzada, tan quieto como el mismo puente, y con la vista perdida en algún punto imaginario del pretil. “¡Vamos, valiente!”, se anima.

Mientras Jonás está quieto como la misma piedra el río se serena, en apariencia, porque la tenue luz de la luna es una trucha enorme que en su contracorriente hace retén sobre las sombras, la densidad del aire construye cómodos sofás donde se tumba el tiempo y se relaja, y tanto se relaja que la misma noche sería eterna de no ser por el alma arrojadiza pasmada al comienzo del puente, el alma de un enlazador que siente el vértigo de la desnudez. Un silencio de grillos y agua calma envuelve la oscura habitación sin paredes del mundo, Jonás camina hasta el pretil, se gira hacia el río, siente que alguien toma su mano y se oye un grito doble que se deja caer al curso del río al mismo tiempo que una estrella fugaz cruza la noche, al mismo tiempo que la luna se construye una piel y aparece a su lado. Luna y enlazador se abrazan, iluminando distancias, rearmando lo que se separa. ¡Sea!, dice Jonás, y salta a las frías aguas del Graa. La imagen de la luna proyectada sobre el río se deforma y se difumina con el impacto. Jonás se deja arrastrar río abajo...

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