21 de julio de 2013

Iván (Un pasito antes)





Photo credit: Gustavo Thomas / Foter / CC BY-NC-ND

Diego lo agarró del pelo tirando de su cabeza hacia atrás. Le fascinaba la nuez de Iván y aunque no le permitiría hablar todavía sabía que en ella se encontraba el secreto de su profunda y varonil voz. No había cosa que más excitara a Diego que someter a silencio rasgo tan masculino como aquél. Iván supo ocupar con desenvoltura el lugar de sometido al que era destinado y jadeó con la mandíbula entrecerrada en respuesta al tirón de pelo, cerró los ojos y apretó los dientes al tiempo en que disminuía el espacio entre jadeos y aumentaba la intensidad de su sonido. Sus ojos eran pardas piedras incandescentes que amenazaban con abrir heridas de solo mirar, pero era una pose estudiada, ningún odio real crepitaba en ellos. Y Diego lo sabía, notaba como su prostituto se dejaba llevar al juego y esa actitud hacía manar de él una mezquindad jamás antes experimentada. Asió la madeja de cabello negro y apretó con violencia, Iván ahogó un grito que quedó como un rugido al que siguió un susurrado hijodeputa con los dientes prietos. -¡Te he dicho que no abras esa bocaza de mierda, nenaza!-. Soltó la mano, llevándose algunos pelos entre los dedos, y mientras Iván sentía alivio en la tensión de su cuero cabelludo le arreó un bofetón que lo tiró al suelo junto a la silla a la que estaba amarrado. Un babear de sangre y silencio fue lo que ocurrió en Iván a continuación. Y a Iván le quedó claro callar. Diego se desabrochó la camisa.

-No te voy a pedir disculpas esta vez, ya te lo había advertido antes y no has querido hacer caso. ¿Acaso crees que esto es un juego? Yo no pago para jugar, querido. ¿Sabes? Creo que es hora de coger lo que es mío, de disfrutar lo que me da placer.


La habitación se ilumina con el filtro azulado de las cortinas y el sol de la tarde. No hay más muebles que la silla y una camilla de masajes plegada contra una pared. Los botines de Diego martillean el parqué mientras se aproxima al lugar donde un chico de 22 años se descubre, a pesar de la situación, pensando en lo limpio y cuidado de aquel calzado. No podía moverse y la caída amortiguada sobre el brazo derecho se lo había dejado entumecido. Notó como el núcleo terrestre luchaba por mantenerlo en el suelo hasta que logró ver aquellos negros botines a vista de pájaro. Alzó la cabeza y miró prudentemente a la vez que asustado a aquel hombre tan extraño. Éste le metió una especie de bola dentro de la boca y se la sujetó con unas gomas que salían de ella, tirante, por detrás de la cabeza. Los botines salieron de la habitación. El tiempo transcurre difuso y agobiante mientras el sentido del oído de Iván trabajaba con ahínco y curiosidad en cualquier señal perceptible. Agua de grifo, silencio, ¿un interruptor?, agua de nuevo, pasos, ¿qué será eso?. 

Un puñal de incertidumbre agujerea su estómago, se retuerce en la silla y fuerza sin éxito el nudo que casa sus muñecas. Iván comienza a sentir verdadero miedo. Diego cierra la puerta tras él.





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