28 de febrero de 2013

Con la poli




Photo credit: Thomas Hawk / Foter.com / CC BY-NC


En la televisión siempre parece que les corre la profesión junto con la sangre. Los que no son habilidosos son auténticos sabuesos y si se da el caso, de que resultan ser unos mequetrefes, son graciosos y acaban teniendo suerte. Este tipo no se parecía en nada a ninguno de los policías de la tele, más bien era el personaje malo, pero el malo desagradable. Este tipo, de nombre Pedro María Sanchís e inspector de policía, insinuaba bromas con afilada ironía cuando no venían al caso y, este tipo, apagaba sus asquerosos puritos con filtro y nauseabundo olor a vainilla en el escenario del crimen. Se acercó a mí con la autorizada decisión que le otorgaba su rango, me preguntó por mi nombre y qué hacía por allí con el tono que debió usar Dios con Adán después de aquel rollo de la manzana. -¿No será que se ha arrepentido de la barbaridad que estaba a punto de hacer y…?- Dejó el “y” final con duración de blanca con puntillo en un compás de cuatro por cuatro, como si esa fuera la entradilla necesaria para que yo empezara a cantar. Pensé (así, con muchas exclamaciones): ¡¡¡¡¡Será gilipollas!!!!! Pero le respondí que sí, que mi primera intención fue llamar a la policía y que me arrepentí, y que menos mal, porque entonces escuché un ruido como de rasguño e hice lo que mejor. No le debí caer muy bien al tontolhaba del agente porque, más tarde, me dijo que tenía que acompañarlo a la comisaría, hizo una pausa estudiada y añadió: esposado.

Me mordí la lengua con una de las trampas para ratones que llevo en los bolsillos para estos casos. No sería la primera ocasión en que el tiro me sale por la culata, pero esta vez la cosa tenía un serio cariz y no era plan de ser un bocazas. Si Viento quedaba en coma o moría y me fallaban los nervios o me torturaban en la parte trasera del estado de derecho, podía acabar derechito en la cárcel. Aunque hoy en día eso es lo que menos me preocupa, el verdadero castigo serían los medios de comunicación: Un estigma indeleble. ¿Cómo es posible que habiendo rescatado a un ser de algo tan trágico me enviaran como sospechoso a las dependencias de la policía? Cerré los ojos mientras mi dignidad caía en picado al notar que ya ni siquiera era merecedor de unas esposas como dios manda, y el sonido de carraca de unas bridas de plástico negro cerraban la cremallera de mi libertad.

Me soltaron a las pocas horas, después de preguntarme lo mismo una y otra vez de manera distinta. Puedo decir en confianza que me divertí con aquello, yo también sé cómo responder siempre lo mismo sin que lo parezca. Es abusar un poco, lo sé, no me encontraba en las condiciones idóneas para permitirme ese juego pero lo cierto es que mi conciencia estaba tranquila y que no podía dejar que las dudas nublaran mi cielo. Aquel tipo, Pedro María, que insistía en gritar y poner barreras con la mirada, se me acercó para decirme que no me perdiera por ahí, que me iban a necesitar de nuevo. Pero yo me perdí en mis pensamientos y no escuché que más me dijo. Y me fui.





3 de febrero de 2013

El loco



El abrazo - Por María Pan


De las seis cuerdas que tiene mi guitarra -pensaba Vindiano-, tres son graves como el sonido de fondo de las fábricas; las otras tres, estridentes radio-frecuencias para ahuyentar a los insectos. De las seis cuerdas de mi guitarra, hoy, voy a elegir la tercera con afinación en Sol.

Y así hizo, melló su guitarra y con uno de los cabos de Sol se hizo un nudo en la muñeca, el otro cabo lo dejó caer al suelo y arrastrando a su mascota invisible salió de casa hacia el día quebrado de luces.
Las personas se apresuraban a mirarlo con disimulo. Vindiano sabe que el miedo a la reacción imprevista de los llamados locos es lo que les asusta y, consciente de esta pesada realidad, le basta con lucir su sonrisa ensayada para hacer crecer esa sensación de incertidumbre, así se protege. Le costó mucho tiempo aceptar su elección, aceptar que poco a poco entraba en ese mundo de los apartados, de los que tienen una tara estrafalaria. Claudicó de la normalidad para protegerse, prefería ser señalado a ser invadido, eso sí que le hacía daño. Ser invadido por las doctrinas y comportamientos del “hay-que-ser-así”. Vindiano no se sentía un loco ni un apartado, simplemente no entendía esa manía de crear un mundo de iguales, de un mundo pautado en comportamientos y puntos de vista. Y poco a poco, en su afán de protegerse de los invasores de conciencias y almas, estos lo fueron encasillando en el rol de loco.
Grita de pronto sin razón alguna a las puertas de una cafetería, la gente se gira para mirarlo pero él hace como si nada, ni siquiera se ruboriza. Cualquiera podía pensar que hace las cosas sin darse cuenta pero no es así, Vindiano sabe que ha gritado, solo que no le da importancia, ha sido un grito natural, una pequeña energía que luchaba por salir de su interior y que ha tenido a bien dar salida, nada más que eso. Hubo mucho tiempo en el que se divertía con las expresiones de la gente pero toda esa diversión acabo el día en que comprendió los efectos de la luz y contemplaba estupefacto como esas expresiones se derretían como mantequilla caliente. Desde entonces teme a las personas y se protege con agresividad de felino asustado. Cruza la calle con un brazo en forma de asa tapándose la oreja derecha y abriendo la boca tanto como puede. Una expresión de terror deformado le acompaña sin remedio.

Al otro lado de la calle, pegada de espaldas a una pared de granito gris, una chica lo ve venir. La cara de Vindiano le da pavor, su paso tambaleante y decidido hacia ningún lugar la intimida. Se siente atrapada en esa visión. Se vuelve menuda y quiere ser un grafitty en el granito. Vindiano se acerca. Ella, temerosa, se vuelve un par de ojos inquietos, grandes como rotondas por donde circulan rápidos los pensamientos, busca desde la esfera interior la salida pero nuevos pensamientos se lo impiden. Se llama a sí misma a la calma: - Sara, tranquila, es solo un loco sin más, no te hará nada, seguro que pasa sin mirarte siquiera…

Pero ya es tarde, Vindiano la ha visto y ha descubierto en los ojos de Sara el gran pavor que suscita. Y eso le cabrea, lo saca de sí, solo quiere que lo dejen en paz no que le teman, no por lo menos de esa manera. Toma la determinación de hablar con ella, de hacerle entender que no tiene porque temerle. Se quita la mano de la oreja, cierra la boca y camina como una persona normal hasta quedarse frente a Sara, en silencio. Vindiano intenta hablar pero nada le sale, nada excepto unas tontas lágrimas que no puede controlar. Ve como la chica se vuelve más y más pequeña y como una oleada de pavor desmesurado emana de sus ojos.

Sara se siente petrificada, mira a ese loco que al final sí que se ha percatado de ella. Sus pensamientos siguen buscando una salida, ¿qué querrá de ella ese pirado? Ojalá pudiera desaparecer, mil pensamientos por segundo la atosigan y quiere desfallecer. Unas lágrimas de impotencia brotan de sus ojos y entonces salta. Sara salta hacia Vindiano como un animal a por su presa y lo devora de la única manera que se le ocurre.

Vindiano no entiende nada, sus lágrimas se vuelven cálidas como el asfalto del verano, sus brazos quedan laxos unos instantes, no entiende la sensación, pero poco a poco posa una de sus manos sobre la cintura de Sara, la otra más arriba en la espalda, cerca de la axila, levemente inclina su cabeza sobre la de ella, cierra los ojos y sonríe. Esto debe de ser un abrazo, piensa. Nota Sol anudado a su muñeca y por primera vez en su vida, Vindiano quiere enloquecer.