Photo credit: Brandon Christopher Warren / Foter / CC BY-NC |
-¡Perdona, perdona!- se excusó diligente-.Ya te traigo argo pa limpiarte, ¡qué desa’tre, por dió’! Ya me perdonará’, cariño, iba pensando en no sé qué y… ¡Qué desa’tre, qué desa’tre! E’pera que vengo ahora mimmo con un poco de papé’ y te seco.
Iba un tanto despeinada, y la cara de preocupación mezclada con cierto porcentaje de culpa y algo de guasa por su propia torpeza me llevaron al delirio de las que imaginan ver a un ángel. Regresó con un andar de araña de largas extremidades y un hilo de seda que quería tejerse en mi corazón como prendido del aire. ¿Cómo no enamorarme? Fue tocarme con aquel papel para limpiarme el café derramado sobre el pecho y caerse el muro de Berlín que separa mi sexualidad. Noté una marea de verbos lascivos agolpándose en mi mente y un olor de carnes creciendo sin raíces, como flotando. Rosas en estanques árabes, hortensias en el pecho, serpientes enredándose en los tobillos. Ella, seria y afanosa, se esmeraba en una guerra sin victoria para eliminar aquella mancha mientras que yo solo pensaba en que me tocaba las tetas y la electricidad me encendía como un sol de siesta y sudor. Empecé a incomodarme con la situación, le pedí por favor que no se preocupara, que había sido un accidente y que ya la metería en la lavadora cuando volviese a casa, cosa que haría enseguida. Ella: -Lo siento de vera’. Jo, e’ una camisa tan bonita. De verdá’, perdóname. Ya sé… E’pera.
La observé alejarse hacia la barra y me sorprendí valorando su culo mientras ella hablaba con la camarera. Me excitaba y preocupaba sobremanera este nuevo abanico de sensaciones. Varias fantasías de corte erótico habían poblado mi mente en poco rato, me encantaba su cuerpo, su cara, su sonrisa, su energía, su sola presencia. No podía dejar de observarla mientras gesticulaba y mantenía una animosa conversación con la camarera, casi me parecía sentir un atisbo de celos. Solo la vibración del móvil logró sacarme de mi preocupante obsesión. Era un güasap de mi hermano Gerardo al que hacía más de cinco meses que no veía. Me decía: “Renata, hermanita guapa, llegué ayer a la vieja Iruña. Tengo garnicas de verte. Voy a ir esta noche a cenar con los viejos sobre las 9. ¿Vienes? No digas que no. Tengo que daros una sorpresa.“
Iba a responderle cuando la chica linda regresó. -Toma -me dijo, entregándome un post-it amarillo-, e’te e’ mi número. Lleva la camisa a la lavandería o compraté una nueva. Luego me llama’ y me dice’ que tacottao, que yo te lo pago. Y oye, si no quiere’ que te pague na, por lo meno’ llámame y te invito a un café. Prometo no echártelo encima. Pero llamaré, por favó’.
Y diciendo esto exhibió una sonrisa que junto a su acento andaluz hizo que se me cayera el tanga a los tobillos y se marchó. Miré la nota: Helena (con H, no lo olvides) 609548962.
No pude quitármela de la cabeza en todo el día. Llegué a casa de mis padres antes que mi hermano. Mi madre ha perdido mucho oído y hay que gritarle; mi padre tiene un mal genio que no hay quien lo aguante pero hoy está de buenas. Siempre he pensado que mis padres son la pareja perfecta: mi madre tapia y mi padre gritón, como hechos a conciencia. Mi hermano llegó sobre las nueve y cuarto. Resumo brevemente la velada: Nos anunció que se casaba, que se habían conocido en Londres y que se habían enamorado perdidamente. Todo lo demás te lo puedes imaginar, para qué contarlo. Basta con que te diga que el nombre de la novia se escribe así, con hache.