30 de agosto de 2013

Enamorarse de la pérdida III (Helena)





Photo credit: Brandon Christopher Warren / Foter / CC BY-NC


-¡Perdona, perdona!- se excusó diligente-.Ya te traigo argo pa limpiarte, ¡qué desa’tre, por dió’! Ya me perdonará’, cariño, iba pensando en no sé qué y… ¡Qué desa’tre, qué desa’tre! E’pera que vengo ahora mimmo con un poco de papé’ y te seco.

Iba un tanto despeinada, y la cara de preocupación mezclada con cierto porcentaje de culpa y algo de guasa por su propia torpeza me llevaron al delirio de las que imaginan ver a un ángel. Regresó con un andar de araña de largas extremidades y un hilo de seda que quería tejerse en mi corazón como prendido del aire. ¿Cómo no enamorarme? Fue tocarme con aquel papel para limpiarme el café derramado sobre el pecho y caerse el muro de Berlín que separa mi sexualidad. Noté una marea de verbos lascivos agolpándose en mi mente y un olor de carnes creciendo sin raíces, como flotando. Rosas en estanques árabes, hortensias en el pecho, serpientes enredándose en los tobillos. Ella, seria y afanosa, se esmeraba en una guerra sin victoria para eliminar aquella mancha mientras que yo solo pensaba en que me tocaba las tetas y la electricidad me encendía como un sol de siesta y sudor. Empecé a incomodarme con la situación, le pedí por favor que no se preocupara, que había sido un accidente y que ya la metería en la lavadora cuando volviese a casa, cosa que haría enseguida. Ella: -Lo siento de vera’. Jo, e’ una camisa tan bonita. De verdá’, perdóname. Ya sé… E’pera.

La observé alejarse hacia la barra y me sorprendí valorando su culo mientras ella hablaba con la camarera. Me excitaba y preocupaba sobremanera este nuevo abanico de sensaciones. Varias fantasías de corte erótico habían poblado mi mente en poco rato, me encantaba su cuerpo, su cara, su sonrisa, su energía, su sola presencia. No podía dejar de observarla mientras gesticulaba y mantenía una animosa conversación con la camarera, casi me parecía sentir un atisbo de celos. Solo la vibración del móvil logró sacarme de mi preocupante obsesión. Era un güasap de mi hermano Gerardo al que hacía más de cinco meses que no veía. Me decía: “Renata, hermanita guapa, llegué ayer a la vieja Iruña. Tengo garnicas de verte. Voy a ir esta noche a cenar con los viejos sobre las 9. ¿Vienes? No digas que no. Tengo que daros una sorpresa.“
Iba a responderle cuando la chica linda regresó. -Toma -me dijo, entregándome un post-it amarillo-, e’te e’ mi número. Lleva la camisa a la lavandería o compraté una nueva. Luego me llama’ y me dice’ que tacottao, que yo te lo pago. Y oye, si no quiere’ que te pague na, por lo meno’ llámame y te invito a un café. Prometo no echártelo encima. Pero llamaré, por favó’.
Y diciendo esto exhibió una sonrisa que junto a su acento andaluz hizo que se me cayera el tanga a los tobillos y se marchó. Miré la nota: Helena (con H, no lo olvides) 609548962.

No pude quitármela de la cabeza en todo el día. Llegué a casa de mis padres antes que mi hermano. Mi madre ha perdido mucho oído y hay que gritarle; mi padre tiene un mal genio que no hay quien lo aguante pero hoy está de buenas. Siempre he pensado que mis padres son la pareja perfecta: mi madre tapia y mi padre gritón, como hechos a conciencia. Mi hermano llegó sobre las nueve y cuarto. Resumo brevemente la velada: Nos anunció que se casaba, que se habían conocido en Londres y que se habían enamorado perdidamente. Todo lo demás te lo puedes imaginar, para qué contarlo. Basta con que te diga que el nombre de la novia se escribe así, con hache.


24 de agosto de 2013

Enamorarse de la pérdida II (La chica linda)




Photo credit: 'J' / Foter / CC BY-NC

¿Qué cómo me enamoré de la chica linda? No lo sé. Admito cierta tendencia al deseo visual por la mujer pero me gustan los hombres. Así que esta irrefrenable enajenación transitoria e imparable me sorprende y contradice. Me está removiendo las entrañas del sentir, del pensar, como si me hubieran puesto de pinche de cocina con el encargo de mover con un cucharón de palo una sopa exótica y observara los tropezones flotando sin saber qué son (yo y mis ejemplos…). Pero algo así es lo que siento, noto flotar dentro de mí cosas sin nombre, sensaciones y emociones solo definidas por aproximación a lo que ya aprendí a través de la experiencia. Y claro, los miedos se filtran como agentes dobles dentro de mi imaginación, juegan a suponer situaciones futuras irresolubles en las que soy el blanco de la prensa rosa del barrio, esa que tiene montada la editorial en la peluquería y equipos de redacción en el resto de comercios: pescadería, carnicería, frutería… Como si todos los lugares que terminan en -ría en realidad formaran parte de una conglomeración de locales interconectados donde se puja o se decide el valor bursátil de la reputación de los vecinos. Ni qué decir tiene que mi reputación imaginada está catalogada como bono-basura. Por otro lado como los miedos se comportan como agentes dobles, los muy perros meten cizaña también en la ensoñación contraria, esto es: Me veo caminando por el barrio orgullosa y segura de mi misma como una especie de Agustina de Aragón, haciendo caso omiso de los múltiples cotilleos que provoca mi forma de ser y de vida. Si alguien se atreve a cuestionarme de tú a tú tengo un abanico de respuestas seguras y demoledoras, respuestas que años más tarde en cualquier libro de historia quedarán reflejadas como un antes y un después en el devenir de las civilizaciones. Estos miedos infiltrados de agente bueno son los peores, me hacen sentir como si fuera Luma Lynai, me cargan con una responsabilidad tan enorme que suena a imposible y al final ganan por factibles los agentes chungos. Así que mis miedos son como una especie de lobby del entertainment que intenta sacar sus películas al mercado aunque eso conlleve el desgaste de sí mismo. Y lo conlleva, ya te digo yo que lo conlleva. Una vez sin ir más lejos decidí ir yo sola a ver una película, de camino al cine me vi tan desdichada, sola en la sala, llorando a moco tendido como una energúmena, o como una poseída que es lo mismo, no sé porqué la palabra energúmena la asocio a gorila, orangután; en fin, que me voy… Me vi tan, tan desdichada que cuando llegué a la taquilla con los ojos como el corazón de tanto llorar me sentí peor aún y en la mirada de la taquillera vi refulgir el odio, un odio antiguo de desposeída, de despecho.  Como un conocimiento divino supe que a esa chica la acababa de dejar su novio y que ésta estaba segura de que la causa del fin de su relación era que su novio se había enamorado de mí. Le pedí perdón por todo (aunque no conocía a su chico) y no esperé siquiera su respuesta, huí de allí corriendo y llorando. Mis miedos controlan mi imaginación y eso me separa del mundo.

Pero te seguirás preguntando cómo me enamoré de la chica linda. Me tiró una taza de café bien caliente en la blusa por accidente, así sucedió, así me enamoré. No es de extrañar, porque el amor quema, deja huella y te pone en funcionamiento. Qué mejor alegoría que un café derramado sobre mi pecho.




18 de agosto de 2013

Enamorarse de la pérdida I (Renata)



Photo credit: Lucy Nieto / Foter / CC BY-NC-SA


Aquella niña que fui nada tiene que ver con lo que soy hoy. Lo único que se ha mantenido a través del paso de los años, lo único que sigue definiendo mi personalidad son los miedos y fracasos amontonados como estiércol; incoherentes y duros, ahora que los miro con retrospectiva, como un Miguelángel esculpido por Dalí. Todos esos miedos y fracasos están fabricados con aquello que jamás conseguí, con la esperanza y el anhelo que justifican mis excusas por no ser mejor persona, lo que yo considero ser mejor persona. O lo que es peor, con la esperanza y los anhelos que justifican mis excusas por no llegar a ser lo que soñé ser. Y eso es enamorarse de lo no conseguido, ¡qué triste! Ni siquiera de lo perdido sino de lo no conseguido. Es como enamorarse de Harry Potter, pura fantasía. Mi gran problema es ese, la imaginación: Me creo y me creo, aquí no hay redundancia, mis propios miedos.

Mi vida vivida, o sea, la que ya pasó, está llena de días olvidados. Si alguien me hubiera enseñado a hacer desde niña lo que hace Eukene todas las noches creo que mi personalidad sería distinta. Seguiría teniendo miedos pero mi relación con el entorno no sería tan huraña. Después os contaré qué es eso que hace Eukene, yo lo llamo, qué original soy, “El camino Eukenil”. Retomo mi relato, iba diciendo eso de los días olvidados… Pues esos días sin importancia aparente son los que llenarán el grueso de mi existencia. Son como los hilos tejidos de un guante, que podían haber sido cualquier otra prenda: una bufanda, un gorro, un anorak o un calcetín; pero no, son un guante. Pues eso, que esto de los ejemplos nunca ha sido lo mío, lo que quiero decir es que esos días forman mi vida y en este momento son medio guante. Sé que os estoy perdiendo mucho con el ejemplo del guante pero es que es necesario para que entendáis que no sé explicarme tan bien como quisiera. A ver, lo aclaro: Ningún día vivido es en vano porque todos irremediablemente te llevan al mismo lugar, al interior de un guante de lana para guarecerte del frío, el guante de tu nicho. Es por eso que me acabo de enamorar de la pérdida, porque todo lo que vamos adosando a nuestras vidas no es otra cosa que el miedo a la muerte, que imaginamos que es como un frío invernal y nos vamos protegiendo de ella. Y así dejamos de vivir el presente y caemos en la trampa de nuestra debilidad con seguros de vida, hipotecas, casamientos… ¿Y cuál es nuestra debilidad? Fácil: El grandioso terror a dejar de ser. Tan fácil es descubrir nuestro punto flaco, es aquel en que la muerte no tiene cabida. Nuestro ego es tan increíblemente fuerte que se ve capaz de contar qué se siente después de morir y separarse de su actual cuerpo, así es de ego-ísta que se cree más que su carne. De ese egoísmo se alimentan las religiones, con motivo y razón, opino.

A estas alturas no puedo echar hacia atrás para sintetizar todo este rollo en el que me y os he liado, tan trascendental yo y tan confusa. Mi gran problema en este momento no es todo este asunto de la muerte sino que me he enamorado de una chica. Es una delicia, un amor, pero como os decía al principio me creo y me creo mis miedos. Por cierto, me llamo Renata, tengo los ojos grises y el cabello largo y negro. ¡Ah, no soy brasileña!




13 de agosto de 2013

¡Jehoví, Jehová!



Photo credit: Zé Pinho / Foter / CC BY-NC-SA


La semana pasada decidió cambiar la puerta de entrada del piso por una de seguridad con triple cierre. En estos últimos meses se veía muy atenta a las señales que le enviaba el universo y aquel montón de cuartillas publicitarias de una empresa de cerrajería en el buzón no podían significar otra cosa: Debía cambiar la puerta. No era la única de las señales de las que se había percatado, estaba aquella equis marcada junto al botón de su portero automático y las asiduas visitas de los Testigos de Jehová, que según sus paranoias, como decía su amiga Azucena: ¡Que estás paranoica!, son comandos de avanzadilla enviados por los asaltantes. Y son por lo tanto los que con dos o tres visitas, y la misma cantidad de negativas a su predicación por lo general, elaboran el perfil de la víctima, marcan el portero y evalúan la seguridad de acceso al edificio y a la vivienda. Laura había cometido el tremendo error de recibirles en la misma entrada un aburrido sábado que parecía no terminar nunca. Al abrir la puerta un hombre de unos cincuenta, robusto y calvo, con camisa blanca de rayas color Bic azul junto a una mujer algo mayor que él, con gafas demasiado actualizadas para su edad y una rebequita de punto beige le sonreían de manera tan cordial y calurosa que bajó la guardia y abrió de par en par. Y sin saber cómo, de pronto, estaban los tres moviendo la cucharilla de unos cafés en el salón. Hablaron de la palabra de Dios e intentaron solventar dudas tipo párvulos solo resueltas por mediación de la fe, hubo momentos de tensión y de risas. El hombre, que decía llamarse Ernesto Arilla, fue al baño y media hora más tarde lo hizo Soledad Funes. Ambos, Ernesto y Soledad, se deshicieron en halagos por la atención y el tiempo compartido y dieron por hecho su próxima visita. Fue el sábado siguiente a la misma hora, esta vez Laura les dijo que no podía atenderlos hoy, que tenía prisa y que otro día sería. El siguiente sábado simuló no estar en casa. Después no volvieron más pero el portero apareció marcado con una equis.

La puerta de seguridad pese a estar en oferta le ha costado un potosí. Hoy es el día, Laura espera y suena el portero, abre, escucha el ascensor en su rellano y llegan los carpinteros. Creo que ya nos conocemos… Pero hoy soy como San Pedro, le dice Ernesto Arilla mientras sonríe cordialmente.

4 de agosto de 2013

Diego e Iván (Utopías)





Photo credit: lu6fpj / Foter / CC BY-NC-SA


-No creí que esta serie de despidos me fuera a pesar tanto. No te he contado lo peor, además del rechazo de mi amigo dos personas se han quitado la vida, supongo que a causa de su edad pero solo supongo… ¿No podían haber aguantado un poco más? ¿No era suficiente con la indemnización y la cobertura por desempleo de dos años? ¡Se ve que no!
¿Sabes cómo se perpetúa en ralentí la culpa? Yo sí. Es el mismo ruido que subyace en el silencio de las ciudades o en las cercanías de una central eléctrica, un murmullo contaminante que la mente ignora y que envilece el corazón de pura tristeza. Sé que te has percatado de que escondo algo en la mano izquierda. Esto que guardo hace que me excite, como bien puedes observar. Pero no es el objeto en sí, sino el poder que encierra el que me provoca. Tú eres mi elegido, aceptaste el pago y con él los hechos, ahora dime, basta con que muevas la cabeza: ¿Quieres complacer mi fantasía?

Maniatado y asustado los pensamientos de Iván dan vueltas y vueltas en una gran rotonda sin elegir ramal de salida. La meada hace que la piel se le irrite contra el pantalón, le duele la mandíbula y la columna. Le gustaría retroceder en el tiempo y rechazar la llamada que le hizo Diego, tenía que haber sido más precavido pero tal cantidad de dinero… Si antes intuía que esto no era un juego, el hecho de ver sus muñecas vendadas y sangrantes lo precipitaba a una confirmación sin dudas. ‘¿Me ha preguntado si quiero complacer sus fantasías? Claro que no, cómo voy a querer. Pero ¿tengo otra opción?’

La cabeza de Iván asiente y Diego interpreta resignación en su lenguaje corporal. Eso le gusta, le gusta sentirse poderoso y tener la capacidad de transmutar las decisiones personales en contra de lo que el individuo desea. Comienza a masturbarse a los ojos de ese ser anulado que tiene delante, sabe que aún puede hundirlo más. Está tan excitado que no tarda en eyacular, lo hace sobre la cara de Iván. Seguidamente se postra de rodillas frente a él. -¿O sea, que quieres complacer mi fantasía, verdad? Maldito embustero… Está bien, lo harás. Como puedes comprobar te sangran las muñecas. Tranquilo, tardarás mucho rato en desangrarte, te ajusté bien el vendaje. Ahora, vas a contemplar la segunda parte de mi fantasía. Si hay algo que me excita es la perspectiva, imaginar qué pasará. Me gusta más imaginarlo que verlo. Así que sobre esa base complacerás mi fantasía. Voy a imaginarlo mientras tanto.

Se acerca hasta el altavoz y sube un poco el volumen. Se sienta en el borde de la bañera y pasa la mano sobre el agua. Sin decir nada se mete dentro de la bañera, se reclina hacia atrás y exhala una nota de placer. Vuelve la cabeza hacia Iván y lo mira durante unos minutos, luego le dice: Me excita la perspectiva de saber cómo saldrás de ésta, si intentas levantarte de la silla, te asfixiarás a ti mismo; si no haces nada te irás desangrando tan lentamente que no sé si morirás antes desangrado o de sed y además no puedes gritar para pedir auxilio. Pero estoy seguro de que al final conseguirás salir de este embrollo, y esa es mi fantasía. Te lo diré mejor: Mi fantasía es imaginar que lo consigues.

Diego muestra el objeto escondido en su mano izquierda, le satisface el cambio de expresión en el rostro de Iván, y sin más se raja ambas muñecas. El agua de la bañera se tiñe mientras que Diego sonríe plácidamente.