Imagen de Chirnoaga (Stock.xchng) |
A Jonás vuelve a dolerle su alma de enlazador. Esta vez se la ha llevado el viento. Mejor dicho: su alma, hecha viento, se le ha escapado al abrir los ojos. Fue con la alborada tierna de un sábado de Octubre, en Entremundos. Despertó ya sin ella y como todo el mundo sabe, cuando te quedas sin alma te duele la cabeza. No es un dolor convencional, es algo parecido a una molestia profunda que logra desorientarte aún teniendo en tu poder los mapas del reino. Así se encontraba Jonás, perdido en si mismo.
La conversación telefónica de la noche anterior tenía mucho que ver con su estado, o quizá la cicatriz oculta en su ceja derecha. Jonás siempre quiso ser pirata, esa pequeña cicatriz -pensaba él- era el comienzo de su proceso de tortura. Intentó definir mejor el término, no era tortura sino ¿tortez?. Jonás empezó a imaginar cómo se denominaría la “habilidad” de estar tuerto: Tortez, tortura, monovidencia... El caso es que le apetecía presentarse en sociedad como uno de esos piratas con parche en el ojo; dicho sea de paso que la pata de palo no le gustó jamás. Cuando era pequeño un tío de su padre tenía una pierna ortopédica y aunque le llamara mucho la atención no le gustaba cuando se la encontraba sola y sin su dueño. Pero un parche en el ojo, eso era otra cosa.
A Jonás se le extraviaban los pensamientos por los cerros de los Montes Cautivos con la facilidad en la que una ardilla sube el tronco de un árbol o cruza una carretera, y en ese momento perdió uno que jamás volvería a recordar y del que siempre se le quedaría el recuerdo de su olvido. “¿Le pasará a más gente? Me refiero a eso de acordarse de que olvidaron algo para siempre, ¿le ocurrirá a alguien más?”.
Jonás se puso a mirar la línea irregular del horizonte al tiempo que se tapaba con la mano el ojo, como un pirata. No digo que ojo se tapó ni que mano usó, porque anduvo haciendo muchas pruebas e incluso se pasó un brazo por detrás de la cabeza para taparse el ojo contrario a ese lado. Jonás había pensado que el horizonte podía servir como unidad de medida, así podía decir que el Amaraun se encontraba a trescientos horizontes de donde él estaba. Aunque también sabía que el horizonte no siempre medía lo mismo. “¿No es maravilloso? Una distancia que no siempre (casi nunca) mide lo mismo y que, sin embargo, siempre utiliza la misma unidad de referencia.”
Y Jonás empezó a pensar que quizá los horizontes no eran de gran utilidad para medir distancias, o quizá sí...
Sabía de las cosas que solo se pueden medir con expresiones como: mucho, mogollón, poco, nada, etc. Así que imaginó que el odio, el rencor y todo ese tipo de sentimientos aumentan la distancia de horizonte entre personas, mientras que el amor y cosas así, la disminuyen. A partir de ahora mediría sus sentimientos en horizontes.
Jonás retiró la mano que tapaba su ojo y luego cerró ambos. Algo regresó a él, quizá su alma, y poco a poco se disipó su dolor de cabeza. “Si hay un horizonte los paisajes se quedan por debajo, tan bellos e indescifrables; y por encima, la inmensidad incomprensible.”
Jonás solo quiere caminar, y sabe que el horizonte siempre ha estado ahí, frente a sus ojos; sonríe y se pone en marcha. Jamás llegará hasta él, pero está tan cerca.