29 de octubre de 2011

Equilibrios en la línea del horizonte



Imagen de Chirnoaga (Stock.xchng)



A Jonás vuelve a dolerle su alma de enlazador. Esta vez se la ha llevado el viento. Mejor dicho: su alma, hecha viento, se le ha escapado al abrir los ojos. Fue con la alborada tierna de un sábado de Octubre, en Entremundos. Despertó ya sin ella y como todo el mundo sabe, cuando te quedas sin alma te duele la cabeza. No es un dolor convencional, es algo parecido a una molestia profunda que logra desorientarte aún teniendo en tu poder los mapas del reino. Así se encontraba Jonás, perdido en si mismo.

La conversación telefónica de la noche anterior tenía mucho que ver con su estado, o quizá la cicatriz oculta en su ceja derecha. Jonás siempre quiso ser pirata, esa pequeña cicatriz -pensaba él- era el comienzo de su proceso de tortura. Intentó definir mejor el término, no era tortura sino ¿tortez?. Jonás empezó a imaginar cómo se denominaría la “habilidad” de estar tuerto: Tortez, tortura, monovidencia...  El caso es que le apetecía presentarse en sociedad como uno de esos piratas con parche en el ojo; dicho sea de paso que la pata de palo no le gustó jamás. Cuando era pequeño un tío de su padre tenía una pierna ortopédica y aunque le llamara mucho la atención no le gustaba cuando se la encontraba sola y sin su dueño. Pero un parche en el ojo, eso era otra cosa.

A Jonás se le extraviaban los pensamientos por los cerros de los Montes Cautivos con la facilidad en la que una ardilla sube el tronco de un árbol o cruza una carretera, y en ese momento perdió uno que jamás volvería a recordar y del que siempre se le quedaría el recuerdo de su olvido. “¿Le pasará a más gente? Me refiero a eso de acordarse de que olvidaron algo para siempre, ¿le ocurrirá a alguien más?”.

Jonás se puso a mirar la línea irregular del horizonte al tiempo que se tapaba con la mano el ojo, como un pirata. No digo que ojo se tapó ni que mano usó, porque anduvo haciendo muchas pruebas e incluso se pasó un brazo por detrás de la cabeza para taparse el ojo contrario a ese lado. Jonás había pensado que el horizonte podía servir como unidad de medida, así podía decir que el Amaraun se encontraba a trescientos horizontes de donde él estaba. Aunque también sabía que el horizonte no siempre medía lo mismo. “¿No es maravilloso? Una distancia que no siempre (casi nunca) mide lo mismo y que, sin embargo, siempre utiliza la misma unidad de referencia.”
Y Jonás empezó a pensar que quizá los horizontes no eran de gran utilidad para medir distancias, o quizá sí...

Sabía de las cosas que solo se pueden medir con expresiones como: mucho, mogollón, poco, nada, etc. Así que imaginó que el odio, el rencor y todo ese tipo de sentimientos aumentan la distancia de horizonte entre personas, mientras que el amor y cosas así, la disminuyen. A partir de ahora mediría sus sentimientos en horizontes.

Jonás retiró la mano que tapaba su ojo y luego cerró ambos. Algo regresó a él, quizá su alma, y poco a poco se disipó su dolor de cabeza. “Si hay un horizonte los paisajes se quedan por debajo, tan bellos e indescifrables; y por encima, la inmensidad incomprensible.”
Jonás solo quiere caminar, y sabe que el horizonte siempre ha estado ahí, frente a sus ojos; sonríe y se pone en marcha. Jamás llegará hasta él, pero está tan cerca.

21 de octubre de 2011

Sena




Con un largo y cómodo vestido amarillo salió Sena por la gran puerta de la ciudad amurallada. La niña eterna ⎯así la llamaban⎯ se paró en seco en mitad del camino y contempló el movimiento vertiginoso que causaban los negocios dispares y alocados citados a la entrada de Járiga, miró en rededor hasta que sus aniñadas pupilas quedaron prendidas en el único ser que no participaba del mercadeo. Se dirigió hacia él decidida cual guepardo hambriento.

Ventura se quejaba en silencio aún del dolor mientras secaba con el dorso de una mano las lágrimas insurgentes y, con la otra, palpaba el tobillo en busca de sangre arcillada al contacto con el basto tejido de los calcetines. Alzó la mirada lo justo para contemplar el mundo que a su alrededor se movía y vio a una niña con un elegante vestido amarillo acercarse hacia donde él estaba. No parecía que el tobillo hubiera sangrado. Sería una niña pero, a Ventura, le daba toda la impresión de que venía a cobrarse algo, al menos ese era el lenguaje de sus decididos pasos. Y él no recordaba deberle dinero a ninguna niña y tampoco a ningún padre de ninguna niña, ni a nadie. La sensación era tan incómoda... Ventura notaba las pupilas de aquella niña enfocándole como objetivo y a ella misma como proyectil, jamás se sintió diana tan cierta.

Las personas eran hitos quietos en una carretera al veloz paso de Sena. Como si su caminar fuera lava volcánica no había nada que la entorpeciera. Sin siquiera un jadeo llegó.

⎯Ni te muevas, no sigas buscando explicaciones, han sido los Mamus. No tienes heridas, tranquilo. Sígueme. - Dijo Sena a Ventura como un adverbio sin tiempo.

⎯ No es que me guste mucho la idea de seguir a una niña desconocida, y no pienso hacerlo, pero aunque por remoto deseo así lo quisiera, no puedo hacerlo con este horrible dolor.

⎯¡Oh, ese horrible dolor! ⎯ Exclamó Sena, elevando después con sana malicia ambas comisuras. ⎯ Y no soy una niña, que te quede claro.

Sena se clavó de rodillas frente a Ventura, sin apartarle la mirada y con gesto de seda acercó sus manos como un bebedero invertido hacia el tobillo dolorido, despacio, muy despacio.

Todo el dolor de su tobillo desapareció como un tiempo pasado. Ventura agarró la mano se Sena. 


Aire, espacio vacío. Ninguno de los dos seguía allí.