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20 de diciembre de 2014

El festín del perro II






Photo credit: Carlos Adampol / iW / CC BY-SA


El ruido no provenía de la puerta en sí, sino de la luz que se coló cuando ésta se abrió. Un ruido de luz que tras mi deshilachado antifaz iluminaba en rojo el horizonte limitado que podía ver. Luego unas voces: ¡Toma, córtale con estas tijeras la ropa y déjalo en calzoncillos! De haberme podido resistir lo hubiera hecho, pero para qué. Pensé en las tijeras y me dejé hacer, no fuera a ser que por un movimiento desafortunado las puntas de acero... Cuando terminó de hacer su trabajo con algún que otro tirón molesto al quitarme las mangas y las perneras del vaquero lo anunció al otro tipo, que supongo que sería el que daba las órdenes. -Muy bien- dijo-, ahora sécalo bien y luego frota por su pellejo este saco de comida para perros hasta que su olor corporal desaparezca, hazlo con ahínco, y hazlo bien, ¿me oyes? No sé si lo hizo bien pero sí que lo hizo con ahínco. Secó mi piel con una especie de toalla que me pareció hecha de lija. Y luego ese olor y esa textura gelatinosa: Comida para perros. Olía igual que la que suelo comprar para Ruso. ¿Qué pretendían, soltar una jauría para que me devorase? No quería pensar en ello. Repetí mi mantra: Toni, Toni, Toni, mi nombre es... Me estoy poniendo realmente nervioso, me estoy asustando, haciéndome caquitas, quisiera llorar y mínimo entender porqué estoy en esta situación... Toni Álvarez Aguado. Toni, Toni... 

-Ya está bien, déjalo- dijo el que parecía llevar el mando-. ¡Entrad! El arrastrar de pasos y risas que me parecieron divertidas comenzaron a pervertir el ambiente del lugar donde me encontraba. ¿Quiénes eran estas personas? ¿Habían pagado acaso dinero por ver como algún animal devoraba en directo a un hombre? ¿Habrá gente que esté tan pa’llá? ¿Hasta dónde llega la perversión de los humanos? ¿En qué clases de seres infernales podemos devenir? ¿Por qué yo? -¡Traed a la bestia!- Ordenó una voz que hasta ahora no había escuchado. Y entonces escuché un jadeo familiar, cómo no iba a conocer la respiración de Ruso. Aunque puedan parecer todas iguales Ruso suele entrecortar su jadeo cada cuatro o cinco respiraciones con un autolametón muy sonoro. Ni que decir tiene la emoción y la alegría que me causó reconocerlo hasta que fríamente pensé en la posibilidad de que mi mejor amigo fuera quien me diera muerte a base de mordiscos. Ni en mis pensamientos más retorcidos había imaginado nunca esta posibilidad. ¡Pero qué horror, dios mío! Me puse a llorar mientras a mi alrededor una voz comenzó a abrir apuestas variadas: Dónde sería el primer mordisco, cuánto tiempo tardaría en matarme, cuánto de mí se comería antes de quedar saciado. Y otras cosas por el estilo. Los humanos deberíamos tener un sistema mental de autodestrucción para estos casos. De haberlo tenido, lo hubiera usado sin dudar. ¡Hale, borrando memoria, descomposición de mitocóndrias y desaceleración del pulso; el individuo Toni Álvarez Aguado está listo para su desconexión total! Pero no, no existe ese maná y tengo que seguir escuchando todas las opciones de apuestas: En cuánto tiempo le morderá los huevos, estará vivo cuando lo haga, se frenará el perro y no lo atacará... 

 -¡Se cierran apuestas!- Gritó el que parecía llevar el tema-, ¡Quitadle la venda de los ojos! 

Escuché cómo se acercaban y no pude contenerme, me cagué literalmente del pavor que sentía. Noté cómo me deshacían el nudo y cómo al caer la venda todo seguía a oscuras... Podría decir que en ese momento se me pasó mi vida por delante pero qué va, lo único que pensé fue en que Ruso me reconocería a pesar de este tufo a su comida preferida y decidí mantener los ojos abiertos para mirarlo por si acaso nos encontrábamos en ellos. Se encendieron unas luces, vi un montón de siluetas borrosas que poco a poco se fueron haciendo más nítidas al tiempo que reconocía la canción que entre todos cantaban. Sí, era mi cumpleaños. ¡Qué cabrones mis colegas! ¡Qué cabrones!

6 de octubre de 2014

El festín del perro I



Photo credit: ~Oryctes~ / Foter / CC BY-NC-SA


Todo se derrumbó el día del secuestro. La realidad se anudó a mis muñecas cual serpiente que dibuja el símbolo del infinito. Con su cabeza y su cola en la intersección de ese ocho tumbado, tragándose a sí misma y apretando con más fuerza cada vez la equis que mis manos y antebrazos formaban tras la espalda. Por desgracia no era el momento para entretenerme con esa imagen ni con el dolor que aquella brida me causaba, así que ya podía ser una equis o una paloma para sombras chinescas que a mí lo único que me apetecía era fumarme un cigarro y crear nubes para llorar bajo ellas, como si esa fuera a ser la única manera y la excusa perfecta para mantener intacta mi dignidad ante la impotencia que me inundaba. Nadie me hablaba, todo era acción a mi alrededor, ajetreo. Me habían vendado los ojos con un trapo deshilachado que me hacia cosquillas en los pómulos y a los lados de la nariz. Unas cosquillas insufribles, como arácnidos paseando por mi cara y así, sin ver nada, sin poder rascarme, ni sabía dónde sembrar mi esperanza ni dónde mis angustias. Solo era capaz de notar cómo me iban amarrando ora las muñecas, ora los tobillos, ora la puta que los parió... Por si acaso grité, grité a quienes quiera que fueran: ¿Pero por qué coño arraumbaurrummmm...

Toda mi pregunta finalizó al estilo polvorón navideño cuando me metieron un bolo de papeles en la boca. Sé por el sabor que eran periódicos de fechas pasadas repletos de crímenes y loterías, de resultados deportivos y esquelas carísimas y efímeras, de sodokus y autodefinidos a medio hacer, de políticas erróneas y, acaso, de ningún verso ni frase o razonamiento digno de ser soluble en el alma. Noté deshacerse la tinta de todas esas páginas en mi lengua y juro por lo que más quiero en el mundo que no hubiera hecho falta que me pegaran aquel trozo de cinta americana gris: Se me quitaron todas las ganas de preguntar cualquier cosa, se me quitaron las ganas de hablar, quizá para todo el tiempo que durara mi secuestro. Y sé que el trozo de cinta era gris no porque así lo imaginara sino porque a uno de mis secuestradores se le escapó un suspiro y olía a ciudad en hora punta, sonaba a cláxones y al estrés contenido en un “¡no voy a llegar a tiempo por culpa de este puto tráfico y no puedo hacer nada, joder!”. Me dio pena, tristeza y rabia, y le deseé la muerte. Privado de visión, amordazado y atado pasaron las horas, quizás meses en el sentido absurdo del tiempo que aburre, y comencé a sentirme arbusto cuando las extremidades se me durmieron y solo se quedó el silencio a mi lado.

Toni, Toni, Toni, mi nombre es Toni Álvarez Aguado. Toni, Toni, Toni, mi nombre es Toni Álvarez Aguado. Toni, Toni, Toni, mi nombre es Toni Álvarez Aguado. Me lo repito como un mantra para asentar tierra, aunque sea con mi propio centro; para no perderme en pensamientos que viajen al miedo o a la desesperación, para no pensar en nada, para no olvidar quien soy, para no perder contacto con mi base, el único lugar con el que puedo mantener una comunicación en estos momentos. Toni, Toni, mi nombre es Toni Álvarez Aguado. Toni, Toni, Toni, mi nombre es Toni Álvarez... ¿Qué mierdas digo, joder! ¡Ya basta! ¿Qué puta mierda de intermediación entre mí y yo mismo es esta? ¡Cómo si pudiera hacerme compañía a mí mismo! Las veces que me he sentido solo conmigo y ahora mil pensamientos me inundan sin cordura ni sentido. Lo que daría por comerme un pintxo de tortilla en el Tamarán acompañado con un verdejo fresco, ¿se acordará alguien de Ruso y lo sacará a mear y cagar por la zona de esparcimiento que hay al lado de casa o se estará muriendo de desesperación en el salón y ya habrá mordido el sofá en un ataque de angustia perruna? No, no, no, aparta ese pensamiento de tu cabeza, Toni. Ruso está bien, con seguridad Elena, ella tiene llaves, ya te ha echado de menos, ha llamado al móvil, a casa, al trabajo, y viendo que no había respuesta se ha llegado al piso y preocupada se ha hecho cargo de él. ¡Cuánto amo en este momento a Elena! ¡Ojalá lo nuestro hubiera funcionado! ¡Joder, cuánto la quiero! Seguro que Elena y Ruso están juntos, sí, ha de ser así, no puede ser de otra manera. ¡Tengo las manos y las piernas dormidas! ¡Qué mierda más gorda, copón! Y además no veo un pijo y estos putos periódicos de mierda que me han metido en la boca se están deshaciendo con la puta saliva y su puto sabor es repugnante. ¿A quién cojones le habré hecho yo algo? ¿Qué es lo que querrán de mí? Pero si no tengo un puto duro, ni tierras; ni siquiera tengo una tele de plasma, joder.

(Se oye un ruido, mis pensamientos cesan. Mi atención vuelve al exterior)