Photo credit: mireia. / Foter.com / CC BY-NC-ND |
En mi desiderata, quizá la última, pido ser eternamente discente y aplicarme en toda disciplina con brío alegre y alta concentración, hasta en los besos, aunque sean labios arrugados y encías vacías quien en la ternura de su mustia carne los hagan salir a la pizarra y demostrar lo que aprendieron, y lo que saben. ¡Ojalá sienta de nuevo todo ese pavor escénico! Aunque ya bailen niágaras en mis ojos, o en los suyos, y los restos del incendio den color a su desierto, o a su pelo. ¡Ojalá!
Y escucha lo que te digo: Pido ser eternamente discente hasta en la muerte, porque no quiero yo, tan viva, perderme tan única experiencia. Sí, además pido como deseo recordarla mucho tiempo después, que ya bastante olvidadiza he sido con las cosas del amor y las pequeñas alegrías. Algunas recuerdo, no te pienses, pero ya no sé si son verdad o fantasía. ¡Y poco que me ha de importar, la jodida, si es de escarcha ésta, la memoria mía!
Por eso hoy me preguntas qué te han hecho en el pelo, como si me hubiera dejado hacer; y no, es una elección mía. Le he pedido a Sonia, mi peluquera de siempre, la que tiene la peluquería en la calle Arrieta, que me pinte el pelo de azul. Y aquí estoy, dándole un espacio digno a mis pájaros para poder volar. No es tarde, no. A mis sesenta y tres años he descubierto cómo seguirlos, les he dado un cielo y ahora oigo sus trinos. Me voy tras ellos, a bailar.