Praix era conocido en Járiga como “el chico sin apellidos”.
Dicen que olvidó el rostro de sus antepasados e incluso toda la información genética que hubo heredado. Pero Praix había sido todas las partes del árbol.
De cuando fue semilla.
La primera conciencia
No sé muy bien como llegué hasta aquí, a este lugar tan oscuro empeñado en darme alimento.
Puedo deciros que toda matriz es un hogar de la noche y que la noche se preocupa, sobremanera, de que conozcas la luz.
Mis inicios han sido oscuros pero impecables.
Sentí el amor de lo invisible penetrando en mí por doquier y mi primera conciencia fue la más simple y poderosa de todas mis conciencias: “Acepta el amor”.
Gracias a esta primera conciencia se produjo en mí el cambio. Acepté el amor del Hogar de la Noche, de la Matriz. Y sabiendo que era generosa conmigo, la obedecí sin miedo, me dispuse a conocer la luz.
La segunda conciencia
Mi segunda conciencia fue saber que ésta iba a ser mentira pero la acepté porque YO quise SER. Así empecé a creer que el deseo del Hogar de la Noche (conoce la luz) era mi deseo, que su empuje era mi movimiento y que lo que para ella era un camino para mí era un destino.
Tornar esta mentira en verdad me partió en dos. Y en este punto comencé a ser. Empecé a ser siendo el Hogar de la Noche en el subconsciente y la Búsqueda de la Luz en mi consciente.
En mi segunda conciencia dije “SOY”.
En Járiga la imaginación es cierta. Tan cierta como las piedras parlantes y el muerto errante en la mañana.
28 de agosto de 2010
Praix, el chico sin apellidos
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Rove Rivera
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Praix
27 de agosto de 2010
Fragmentos
Tus besos fueron agua fresca en cuenco de labio y nácar
del que bebí como un perro: A lametones.
Hundí mi hocico en el misterio, purgando de cada poro de tu carne
la esencia que te hace, viva, milagro y maravilla.
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Rove Rivera
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Alhadira
14 de agosto de 2010
Prólogo
Quería convencerte de mi verdad pero no tengo certezas.
Solo aquel beso tonto en la mejilla que nos dimos, casi rozándonos los labios, mientras una flauta dulce afinada por el viento alborotaba tu pelo de habitación encendida.
Tú no existías hasta entonces y alguna de mis sonrisas no supo esconder su agravio. Lloré.
Antes de que nacieras, ya casi madre, lloré. Pero lloré a escondidas.
Y en cada lenta lágrima de verde selva encerré a mis demonios con sus dudas hambrientas y sus cuchicheos afilados.
Me bebí mi llanto y mastiqué los diablos. Después te imaginé.
No por eso eres mujer, amada mía.
Tu verbo es ficción,
y tu sangre
y tu nombre
y el almirez de platino donde te volviste agua
y el beso en el espejo que acabó besando sombra; todo ficción.
La locura sueña en mis dedos cuando toco la nada tangible con el deleite de un genio y tú te haces a ti misma, creadora de ti misma, fantasma que habita en lo real y en lo concreto. Pero no por eso eres mujer, amada mía.
¡Qué triste tu triste andar y qué bella tu figura!
¡Qué palidez muestra tu rostro sin raza y qué oscuridad tus años sin cuna!
Ven, entóname tu cantar junto a los potros viejos.
Todavía tienen brío pa’ desbocarse bajo tu enagua de raso.
Todavía relinchan a las serpientes que se esconden del sol, tras los arbustos, y mudan sus pieles sin aliviar sus almas.
Todavía trotan y trotan sin preguntarse un destino. Y paran cuando tienen sed o hambre o sueño. Así son los potros viejos.
¡Oh, Alhadira!
Mujer de vientos nacarados, oblicuos al tierno fresno que da sombra a mi descanso, noche a mis pesadillas, luz a mis ensueños.
¿Dónde arrojaré este estiércol maloliente y fecundo?
¿En tu seno?
¡Si solo eres de aire!
¿En tu hueso?
¡Si no hay quien te pueda tocar!
¿En tus dedos largos como autovías?
¡Si se llaman al infinito y se pierden en sus propósitos!
¿Dónde arrojaré este estiércol y la semilla que le pensamienta?
Lo arrojaré a la tierra que te vea morir. Y antes de que vuelvas a nacer, te construiré un nuevo cuerpo más etéreo, más etéreo aún.
Solo aquel beso tonto en la mejilla que nos dimos, casi rozándonos los labios, mientras una flauta dulce afinada por el viento alborotaba tu pelo de habitación encendida.
Tú no existías hasta entonces y alguna de mis sonrisas no supo esconder su agravio. Lloré.
Antes de que nacieras, ya casi madre, lloré. Pero lloré a escondidas.
Y en cada lenta lágrima de verde selva encerré a mis demonios con sus dudas hambrientas y sus cuchicheos afilados.
Me bebí mi llanto y mastiqué los diablos. Después te imaginé.
No por eso eres mujer, amada mía.
Tu verbo es ficción,
y tu sangre
y tu nombre
y el almirez de platino donde te volviste agua
y el beso en el espejo que acabó besando sombra; todo ficción.
La locura sueña en mis dedos cuando toco la nada tangible con el deleite de un genio y tú te haces a ti misma, creadora de ti misma, fantasma que habita en lo real y en lo concreto. Pero no por eso eres mujer, amada mía.
¡Qué triste tu triste andar y qué bella tu figura!
¡Qué palidez muestra tu rostro sin raza y qué oscuridad tus años sin cuna!
Ven, entóname tu cantar junto a los potros viejos.
Todavía tienen brío pa’ desbocarse bajo tu enagua de raso.
Todavía relinchan a las serpientes que se esconden del sol, tras los arbustos, y mudan sus pieles sin aliviar sus almas.
Todavía trotan y trotan sin preguntarse un destino. Y paran cuando tienen sed o hambre o sueño. Así son los potros viejos.
¡Oh, Alhadira!
Mujer de vientos nacarados, oblicuos al tierno fresno que da sombra a mi descanso, noche a mis pesadillas, luz a mis ensueños.
¿Dónde arrojaré este estiércol maloliente y fecundo?
¿En tu seno?
¡Si solo eres de aire!
¿En tu hueso?
¡Si no hay quien te pueda tocar!
¿En tus dedos largos como autovías?
¡Si se llaman al infinito y se pierden en sus propósitos!
¿Dónde arrojaré este estiércol y la semilla que le pensamienta?
Lo arrojaré a la tierra que te vea morir. Y antes de que vuelvas a nacer, te construiré un nuevo cuerpo más etéreo, más etéreo aún.
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