17 de diciembre de 2010

La memoria de Bohemundo
Los bosques de Phéser (V)




Una luz laminada e impregnada de purpurina orgánica juega con la sombra entre los sauces y fresnos. Proyecta haces aleatorios sobre la tierra donde encuentran foco tonos pardos, ocres y verdes que se dejan contemplar tímidos y radiantes.
Por la pasarela de delgados tallos desfilan quietas las flores; el viento aplaude valiéndose de las hojas de los árboles; las aves silban ocultas entre el follaje, encendiendo sus vivos ojos de bayas de pimienta negra; y los aromas húmedos se emocionan sin vergüenza alguna.
Esto es puro jazz para los ojos que miran. La suerte del vivo sonido que emana de la profundidad de la superficie terrestre. Armónicas notas en clave de luz y silencio.
Puro jazz, pura vida. Éxtasis.
La quieta función de lo que nunca se detiene.

Cuando conectas con algo tan bello los pensamientos y el tiempo se paran, siempre que no tengas detrás de ti a un ser convertido en Tiguar intentando darte caza. Crucé luces y sombras como quien atraviesa el pelaje de una cebra hasta alcanzar un pequeño claro. Bohemundo me seguía de cerca, su respiración era un violento géiser intermitente y casi notaba su calor en la nuca. Me detuve en el claro, una superficie irregular en forma de circulo donde la vegetación alcanzaba la altura de los tobillos, y sin mirar atrás aguardé la llegada de mi figurado depredador.
Tardaría siete segundos en llegar, a mí me bastaron tres para tejer las palabras que enlazasen su desierto de hielo con su memoria. Yo ya estaba preparado, se acercaba... cinco, seis y... Frío.
Bohemundo se paró detrás de mí rugiendo como el arrastrar de armarios de madera por el piso. Por un instante pasé miedo, mi piel se volvió tirante y un escalofrío agitó mi cuerpo con una sacudida inconsciente. Me giré, miré a sus ojos y pronuncié la primera de las palabras casi como un saludo oriental a Bohemundo: ¡Maestro!

Una avanzadilla de baja niebla se adentró en el claro del bosque curioseando entre la maleza con timidez, pronto se convirtió en un ejercito armado de húmeda levedad que invadió todo lo visible. Parecíamos estar dentro de las blancas entrañas de un fantasma pero aquí el único ser cubierto, el único Mamu, era Bohemundo.
La niebla se volvió eléctrica y azul alrededor de Bochán y su gesto mutó hacia la tristeza. Por primera vez desde hacía muchos años volví a escuchar su voz profunda y serena.

-Al maestro deberían haberle enseñado a afrontar los dolores del alma.- Su rostro se comprimió arrugándose como una ciruela pasa mientras hacía el esfuerzo por contener las lagrimas. -Hay situaciones en la vida en las que no puedes interferir, no te pertenecen, sólo suceden como el tiempo se sucede a sí mismo. Y llegan a doler tanto que los ojos se endurecen, como si cayese cera derretida sobre ellos.

Comenzó a menear su cabeza en un sutil vaivén de negación al tiempo que la inclinaba y apretaba los párpados. El resto de su cuerpo se contrajo como las pupilas de un felino. Dijo una palabra amarga, de esas que estropean cualquier celebración, y entonces estalló por dentro.

Como el florecer de una rosa, vista a cámara rápida, el núcleo de cada una de sus células explotó. Desapareció por completo la matriz extracelular dejando sueltas a merced del viento todas sus células que, debido al calor residual de cada explosión, tomaron el color que mejor les vino en gana y así, y utilizando la niebla como fondo, se llenó todo de una especie de microscópicas luciérnagas en color champán, bermellón, corinto, marfil, ciclamen, pistacho, piedra, magenta, azul, vino, turquesa, coral... y tantos otros colores que, incluso algunos de ellos, aún no tienen nombre.

La explosión sólo fue audible a nivel molecular pero hizo un ruido ensordecedor.
No pude enlazar nada más. Bohemundo no soportó enfrentarse a los recuerdos que escondía en su frío desierto y desapareció junto a la niebla.
La luz volvía a juguetear con la sombra entre las ramas y yo me apresuré a buscarlo con la mirada. Ni rastro.
Lloré por Bohemundo como un batallón de nimbos sobre los mares. Lloré hasta que mis ojos se limpiaron tanto que la encontré. Allí estaba, acurrucada entre mis brazos como un bebé dormido, la reconocí de inmediato. Era su memoria.

Comprendí que era mi turno. Tejí, hilé, enlacé y construí una nueva historia... La memoria de Bohemundo.

“Bohemundo fue mi primer maestro en el arte de enlazar. Era un hombre serio y taimado. Un gran hombre...”

11 de diciembre de 2010

Bordeando el lago Kinshuó
Los bosques de Phéser (IV)




Los posos de cualquier cosa, en el fondo, siempre dejan un regusto amargo.
El otoño hace sangrar a los árboles de forma sólida, bella y delicada.
Bohemundo levanta murallas incluso a su sombra.

Mi rojo amor sangra con un regusto amargo porque no quiere ser sombra, y se enfurece. Corre loco en un espacio demasiado pequeño para sus grandes zancadas, demasiado estrecho para sus fuertes latidos, demasiado cerrado para sus ansias de volar, porque mi rojo amor es un gas sin volumen ni forma definida.

Bohemundo es un trozo de mí. Él fue mi primer maestro, él tejió un trocito de esta larga bufanda de punto que es el camino por donde transito buscando calor, abrigo y cobijo. Él es tan parte de mí como mi infancia o un diente de leche. Amo a este hombre con mi rojo amor gaseoso.
Tiempo atrás, aprendí a transformar mi rojo amor a estado de plasma y ahora enfoco su uso en mi labor con la causa de Bochán, se lo envío cálido como un viento solar y bello y asombroso como una aurora.

“Hemos de recuperar tu memoria, querido Bohemundo. Si han de traspasar mi piel las translúcidas aristas de tu desierto de hielo, recuerda que mi sangre es caliente como magma y que mi ser conoce todos los estados de la materia, incluso los no conocidos aún.”

Dirigí la mirada hacia el lago Kinshuó. Bohemundo seguía lanzándome palabras de mordisco canino con la intención de desgarrar y hacer jirones mi alma.
“Mi rojo amor como plasma”
Mi rojo amor como un rayo consiguió descolocarlo un segundo que aproveché para correr en dirección al lago. Bohemundo creyendo ver en mi acción una huida, no quiso dejarme escapar, y se apresuro tras su presa como un Tiguar.

¡Oh, Bohemundo, eres tan necio que algunos incluso te temen!
Pero yo no, yo corro porque he visto tu desierto escondido en el bosque, yo sé donde dejaste tu memoria y allí te llevo.
¡Corre Bohemundo, corre!

El lago Kinshuó murmura bajo la voz del viento, bajo el diálogo atropellado de nuestros rápidos pasos, bajo los gritos enmudecidos de la tierra que pisamos. Murmura la canción que hace dormir a los peces, la misma canción que los convierte en voraces depredadores. Es la canción de la tejedora de algas, la nana perversa del sueño profundo.

Corro como un corzo asustado pero no tengo miedo, sé que me aproximo al lugar imaginario donde Bochán perdió su memoria. Dejo atrás el lago y afronto la ladera como si fuera un llano. Bohemundo sólo tiene ojos para su presa.
Tropiezo. Pierdo el equilibrio y caigo. Bohemundo me lanza una palabra-bestia que se disuelve en mi alma dejándome un agrio regusto bilioso. No puedo evitar llorar, y lloro, pero me levanto.
Hay palabras que te inundan de un penar acuoso, esas palabras te vuelven pesado y lento como un elefante drogado. Ésta es una de ellas. Ahora corro como una vaca torpe, creo que no me queda mucho para llegar pero Bohemundo sigue siendo un Tiguar. Está a punto de alcanzarme y sé que hay palabras que matan. Necesito ganar un poco de tiempo.

Me giro con la sensación de hacerlo a la misma velocidad que un planeta en su movimiento de rotación, me parece que pasa todo un día completo hasta que consigo dar la vuelta. Enlazo una palabra inventada con el murmullo del lago y cae sobre Bochán un pesado y húmedo edredón de algas, como una tela de araña gelatinosa.
“Esto me dará el tiempo suficiente para limpiar mi alma de su ataque, o eso espero.”

Busqué una roca porosa que hiciera de esponja para que no se entristeciera la tierra con el residuo de la pena y lloré.
Lloré la palabra-bestia hasta que se durmieron los peces, hasta que se marchitó la roca, hasta que me volví transparente como el vidrio. Después continué hasta la parte más frondosa del bosque. Miré hacia atrás. Bochán, el Tiguar, volvía a correr tras de mí dejando en el aire amorfos latigazos de saliva.




5 de diciembre de 2010

Desierto de hielo
Los bosques de Phéser (III)




No había dicho nada desde que lo saqué de la taberna. Ahora me mira en silencio y con curiosidad. Es un animal alerta, gacela y guepardo a la vez.

Un soplo de brisa me acaricia la piel como una pincelada rápida sobre lienzo. Miro fijamente a Bohemundo, calculo su estado de embriaguez. Sus ojos: delgados relámpagos rojos cruzan su esclerótica; más adentro: danzas airadas revolotean como una nube de estorninos enajenados .
No reconozco a este hombre. No hallo rastro de Bochán, alguien borró las huellas del sendero a conciencia.

- ¿Dónde dejaste tu memoria?- Le pregunto abiertamente.

Silencio y chicharras.
Viento y silencio.

Mi mente trabaja a velocidad eléctrica.
Bohemundo frunce el ceño y aprieta los labios, sus mandíbulas son un cepo cerrado mientras respira como un fuelle por la nariz. Sabe qué estoy intentando hacer, su rostro se enrojece irritado por ortigas de sangre biliosa y negra.
No le aparto la mirada e insisto, busco el enlace en su mente. Miles de palabras se revientan como huevos contra un muro de cráneo: amor, locura, camino, peldaño, pérdida, corazón, revuelta, miedo, ternura, amistad, ¿aunque sea sólo amistad?, amistad, amigo, amiga, ¿sólo amistad?, amistad...
¡Veo grietas en la tierra que el mar se encarga de tapar rápidamente!
Sé que está ahí. Amistad, amistad, rechazo, desprecio.

¡DESPRECIO!

Bohemundo intentó alejarse del sufrimiento en los bosques de Phéser. Era un buen enlazador y supo hacerlo muy bien, ahora no es capaz de llorar o de reír.
Bohemundo se cerró al sentimiento, Bohemundo ahora es “cosa”. Ese es el enlace.

Apretó sus puños tan fuerte que parecía tener la intención de hacer fino polvo del viento, sus músculos se tensaron haciendo su cuerpo más voluminoso.
Si se defiende lo hará atacando.
Bestia parda en clara noche al pie de su madriguera: Instinto.

Yo seguía sin apartarle la mirada y solo veía sus ojos, su figura se difuminaba como un espectro indeciso y los bosques habían desaparecido por completo.
Solo sus ojos.

“Bohemundo es ‘cosa’, ese es el enlace.”
De nuevo utilicé la magia de la empatía con las cosas, esta vez con Bochán. Me puse en su lugar, vi mis ojos, me vi a mí y vi los bosques. Pero los bosques eran distintos, una pequeña parte, detrás del lago Kinshuó, aparecía en su visión como un desierto de hielo donde solo poblaban a sus anchas afiladas aristas, como guadañas mortales de ángeles blancos.
No pude cazar ni una mínima brizna de los pensamientos de Bochán ni de sus sentimientos, se había cerrado como una ostra atosigada por un gato juguetón.

Forcé con cautela.
Más por intuición que por conocimiento hilé una palabra estrella en aquel oscuro universo (no sabría pronunciarla, es una de esas palabras que se dicen con la mirada), y como la luz entre las rendijas de una puerta me colé en uno de los pasajes de la historia de Bohemundo, un momento feliz.

“Sólo era una sensación, un largo instante de felicidad y de alegría, como en un recuerdo infantil, pero que se distorsionaba; algo parecido a cuando se mezclan las señales de dos emisoras de radio. Sentí que Bohemundo intentaba mantener una amistad con alguien y el sutil rechazo que recibía.“

Me atacó, quería impedir a toda costa que me adentrara en su memoria olvidada. Me lanzó palabras que los ojos no pueden interpretar, que los oídos no son capaces de escuchar; palabras que se sienten en la piel: los proyectiles de una metralleta cargada de agujas.

Volví a mí.

Volvía a ver sus ojos y el bosque sin desierto. Me concentré en mi respiración, alejé cualquier pensamiento y le mantuve la mirada.

La cosa se ponía fea. Bochán siempre había sido un cabezota y un buen maestro. Me conocía bien y sabía cómo evitar y rechazar todos mis intentos de penetrar en su interior, aunque no fuera capaz de recordarme. Siempre queda un poso.

“Tendré que caminar por su frío desierto... si sé cómo encontrarlo.”




27 de noviembre de 2010

La erótica de las palabras
Los bosques de Phéser (II)




Los bosques de Phéser son puro erotismo. La atmósfera posee la cálida humedad del sexo, las hojas de los árboles caen como caricias sobre la piel de la tierra erizada en verde vivo, los lagos murmuran su dulce balada invitando a entrar de lleno en su profundo cuerpo de agua y los alcornoques laten en su tronco la previa eyaculación de sus resinas. 

Cantos de sirena.

Bohemundo está demasiado borracho para apreciar esta belleza primitiva. Yo demasiado preocupado para masturbar mis sentidos con tan bucólico erotismo pero eso hago. Con un compañero que anda zurciendo el aire con tal desatino no me queda otra que esperar, esperar a que Bochán se despeje un poco, esperar a que Bohemundo sea capaz, por lo menos, de entender mis palabras.

Tejí.

Tejí un manto mullido para acurrucar a Bochán en el sueño que repara. Hile un colchón de tonos tierra y sábanas celestes para que descansara tranquilo. 
Su respiración devino en bestia menor. Roncaba como un trueno en una tarde de tormenta pero eso era bueno, quizá si la lluvia descargaba Bohemundo florecería.

Tres horas estuvo durmiendo. En ese intervalo estuve tirando piedras al lago, piedras duras para que la escena no perdiera su erótica, piedras pardas como rinocerontes en ataque. Acaricié la hierba fresca, dejé a mis pensamientos dormidos en los árboles y a mis ojos colgados en la profundidad de lo no concreto mientras recordaba mi primera clase con Bohemundo.

<< No me preguntó por mi nombre, tampoco saludó, ni siquiera mostró una leve sonrisa. Yo contaba entonces con siete años y tan frío recibimiento me hizo tiritar. Con una voz dura e incisiva, como un cincel, y sin darme tiempo a encontrar mi sitio en el encuentro, me propuso que por cada palabra que él dijera yo debería contestarle con otras tres que la enlazaran.

-¡Pestañeo!- Dijo como quien lanza una piedra. La expresión de mi cara le debió parecer divertida, era como un signo de exclamación dentro de una pregunta, y sus ojos brillaron de satisfacción.

-Instante, párpado, brevedad.- respondí.
-¡Puedes hacerlo mejor, pequeño!- Añadió con condescendencia.

Luego me dijo una palabra más y después otra, y otra. Respondí lo mejor que pude a cada una. Durante un año ese fue todo mi entrenamiento. Cada día me decía veinte palabras y yo debía enlazarlas. Había palabras que no sabía ni que existían y decía lo primero que se me ocurría.

-¡Modillón!
-Refuerzo, adorno...- Me quedé en blanco. Sólo debía enlazar otra más. -Ca... >>

Bohemundo se desperezó con un gruñido de oso que me hizo salir de mis recuerdos como a un gato del agua. Había llegado la hora de ponerse manos a la obra. Había llegado la hora de tejer.




20 de noviembre de 2010

Los bosques de Phéser (I)


En Járiga los fantasmas no son agresivos, no quieren hacerle daño a nadie. Sólo transmiten su miedo y, como un virus, tienen una gran capacidad de contagio.
Los fantasmas tienen miedo de sí mismos. Tienen miedo de lo que pueden llegar a ser y a sentir, por eso no son personas concretas; una sábana tejida con los sentimientos del miedo les cubre su verdadero ser.

La historia de Bohemundo se torció tiempo atrás, cuando se dirigía hacia Entremundos con la única compañía de su voz interior. Se extravió en los bosques de Phéser y allí perdió la memoria, jamás se atrevió a volver para recuperarla. Fuera lo que fuera lo que le hubiese ocurrido, Bohemundo cambió. Se convirtió en un fantasma, un Mamu, un ser cubierto. Yo iba en su búsqueda, así me lo había pedido la Niña-Reina.

Me paré en la misma puerta.

Marfil sobre madera, dos dados. Ocho negro y as: la suma de las letras de su nombre. Soy el croupier designado para controlar este juego. Yo reparto. Bohemundo juega sin saberlo. Hoy es el día en que el azar danzará con él su extraño baile, aquí, en la taberna de La Curia.

Entré.

Uno de los silencios se acostó sobre el suelo como un faquir, ni siquiera hizo el amago de gritar cuando le pasé por encima. Me detuve.
Había más silencios en el local. Otro de ellos, el más intacto y antiguo, se encontraba en cada una de las anónimas piedras que enlazadas formaban el acogedor recinto de la taberna. Allí la vida jugaba a diario con el azaroso destino de los clientes; y el de la piedra era un silencio indescifrable e impregnado de tiempo, un testigo mudo, sordo y ciego que, sin embargo, conocía muchos secretos. Me aislé del bullicio y lo escuché.

Miré en rededor. Vidrio y roble, roca y licor, piel y monedas.

Tras el grueso cristal de la base de una jarra, casi vacía de cerveza, reconocí su rostro. Bohemundo, borracho como un barco sin tripulación, mirada a la deriva, ropa desconchada y palabras inundadas por golpes de océano. Bohemundo “El Necio”, así le llaman.

Dejé vacío el espacio que ocupaba para habitar y abandonar una hilera de espacios consecutivos hasta que llegué a él.
- Me llamo Jonás, soy la cresta de una ola. ¡Te vienes conmigo!.

Antes de que la jarra vacía de Bohemundo dibujara un mapa estelar sobre el suelo de La Curia habíamos desaparecido. Utilicé la magia de la empatía con las cosas que me enseñó Praix. Me puse en el lugar del viento y arrastré conmigo a Bohemundo hasta los bosques de Phéser, el lugar donde los lagos murmuran y los árboles tienen corazón.

Había mucho que hacer, mucho que enlazar, poco tiempo y un compañero nada dispuesto a colaborar en su propia causa. Una amarga canción halló cobijo en mi sistema de comunicación interna, tenía el sabor de las verdes endrinas en los arbustos de la intuición. Miré a Bohemundo con rabia.

Las órdenes de la Niña-Reina, La Tejedora, eran claras como agua de lluvia. O conseguía que dejara de ser un Mamu o era preferible invitarle a la última hoguera.
Bohemundo fue mi primer maestro en el arte de enlazar. Antes de que llegara a convertirse en un ser cubierto era un hombre serio y taimado. Llegamos a ser grandes amigos, aunque él siempre supo mantener las distancias cuando ejercía su labor docente. Le debía mucho a Bochán, así solía llamarlo, y me comía las entrañas tener delante de mí a este despojo inservible que ya ni siquiera quería recordarme. Me puse manos a la obra. Había mucho que hacer, mucho que enlazar y poco tiempo.



13 de noviembre de 2010

Cuando el silencio se desnuda (Alhadira)


Alhadira dejó caer su encaje en la sombra, como un telón de seda. Mientras yo la observaba, sus pezones se encaramaban por las altas paredes de mi imaginación como la hiedra. Todo se volvió verde. Y luego tierra, tierra clara. 

Dio tres pasos, desnuda, hacia la ventana. 
Se desnudó también la luz, que como un ejercito avanzaba por el parqué a punto de conquistar algún mueble; mis ojos, que con la emoción dejaron caer su traje arrugado, como una lágrima; y el silencio, que sólo se quitó algunos complementos, nada más llevaba. 

Todo estaba desnudo, todo menos el tiempo, que rápidamente se vistió con el vasto latido de mi corazón, incluso se puso chistera (siempre le gusta aparentar que es un gran mago). Ella no se dio cuenta de tanta desnudez, lo sé porque vistió su boca con una sonrisa y se acercó a besarme. Chasquidos carnosos. 

Me lamió como una gata pequeña. Yo quería morderle como un guepardo. Torció el cuello. No me contuve. 
Noté como su boca volvía a desvestirse: dejó cachorros gimientes corriendo y jugueteando por mi sistema nervioso. Erizos. Apreté un poco más. Un félido salvaje clavó sus garras en mi espalda, quería asegurarse de que yo seguía siendo su depredador. Pero ella no se dio cuenta de tanta desnudez, lo sé porque me besó con los ojos cerrados. 
También estaban desnudos sus párpados, y su pelo, y sus manos. Me empujó con su piel desnuda. Me dejé caer, ingrávido. Volvió a besarme, me volvió a lamer como una gatita. Le volví a morder. Volvió a gemir. 

Nuestros cuerpos desnudos eran de tierra, de tierra clara, pero querían volverse barro, barro de soplo, barro de dioses. Necesitábamos agua. Exploramos todos los rincones del planeta, todas las superficies y fosas abisales. Hicimos el amor; primero como amantes, después como animales. Agua. Sopor. Peces dormidos.

Había demasiada desnudez. Me asusté, he de admitirlo. Quise vestirme con aquel momento extraordinario. Me lo quise poner todo, no fuera a ser que, de tanto desnudo y por vergüenza, acabara por desaparecer. Pero ella no se daba cuenta de tanta desnudez, lo sé porque callaba; lo sé por su respiración: olas y espuma. 

Nos quedamos en la cama juntos, desnudos. Ella no podía dormir y prefería volver a su casa. Nos pusimos la ropa y la acompañé hasta el coche. Seguíamos desnudos a pesar de todo. Quizá por eso se asustó. Quizá al llegar a su casa intentó vestirse y no pudo. No lo sé, sólo estoy especulando. Especulo porque a mi me pasó. 

Quizá por eso se asustó. Quizá nunca se desnudo tanto como aquel día, ni ella ni las cosas, yo tampoco. Sé que hay miedos que son sastres excelentes y, cuando te toman la medida, te hacen un traje perfecto. Yo conozco unos cuantos que son verdaderos artistas, pero nunca se los recomiendo a nadie. 

Quizá ya no puede verse vestida y, se ponga cuanto se ponga, sólo ve su desnudez. Será por eso que no quiere verme, quizá sea por eso que no coge el teléfono ni me responde al correo, quizá por eso se asustó. Quizá se dio cuenta de que todo está siempre desnudo y, quizá, tema que la pueda seguir viendo desnuda a través de sus ojos, o de su voz, o de sus letras. 
O quizá, simplemente, no le guste desnudarse para cualquiera.

Cuando el silencio se desnuda, los sentidos estorban. 

7 de noviembre de 2010

Narrador casi descubre a Jonás

Dicen que la Niña-Reina, La Tejedora, es como Dios; 
que no sabe distinguir entre el bien y el mal. 
En cierta ocasión, me dijeron 
que jamás le reprochara sus decisiones 
bajo conceptos tan simples como justo o injusto. 
Me advirtieron de que ella no entiende tales palabras.


Tuve un sueño, emborronado a causa de las ondas concéntricas que formaban las piedras que mi fe y mis ilusiones le lanzaban. Lo veía, lo intuía. Ansiaba asirlo para mecerlo en mi regazo. ¿Cómo no me percaté de que sólo era un reflejo? No lo sé. 

Una tarde en la que el sol parecía haberse torcido, me miré en el espejo de mi cuarto de baño. Durante un rato estuve observando al tipo de enfrente con amplia extrañeza, entonces caí en que ese tipo era yo mismo. 

-¿Así que éste soy yo?- Me pregunté maravillado. 

-Sí, ése eres tú.- Respondió una voz dentro de ¿mi cabeza? Lo afirmó con tal seguridad que el cielo acabó llenándose de nubes. ¿Cómo podría ser “yo” alguien que me responde en segunda persona? 

Desperté, todo había sido un sueño. 

Le preparé un desayuno consistente, lo saqué a pasear e intenté que hablara con otros. Lo dejé un rato sentado en un banco para que tomara el sol y más tarde, le animé a que leyera un rato. No tuve que insistirle mucho para que se acercara al bar y se tomara una cerveza. Lo sorprendí viendo videos musicales en la televisión mientras fumaba y, sin que se diera cuenta, le hice mirar de vez en cuando a la camarera. Después le insinué que ya era hora de volver a casa, que estaría bien comer alitas de pollo al horno; y lo arropé para que echara la siesta. 

Cuando despertó, se miró en el espejo del baño. Casi me descubre. 

No le conté nada a La Tejedora, sabía que a ella no le apetecía encargarse de estos asuntos. 

Mi nombre es Jonás, la próxima vez, tendré más cuidado.

30 de octubre de 2010

Los imaginartesanos - Trámez

Las opiniones son proyectiles cruzados y Trámez está en tierra de nadie.


La vida de una proyección despierta apenas si alcanza las cinco horas, superar ese tiempo implica un gran desgaste hasta para el imaginartesano más capaz. Sin embargo, Trámez ha conseguido mantener despierta su proyección casi un año.


Sólo es un sauce llorón cargado de figuras musicales en lugar de hojas, dicen los que desmerecen su trabajo.
-Sí, sólo es un árbol llorón y triste abotargado de cerezas oscuras. Mantener esa proyección despierta no tiene gracia ni mérito. Es absurda, no hace nada excepto estar.
-Ya la hemos visto, sabemos lo que haces, no eres creativo.- Dicen otros burlándose de él; y se marchan riendo a carcajadas.


Los proyectiles que lo defienden alaban su perseverancia e intentan hallar el modo de aprender a mantener viva tanto tiempo una proyección. Se dicen que concentrarse en una sola cosa es la manera de conseguirlo. Muchos lo han intentado sin éxito, otros se reúnen buscando fórmulas y estrategias novedosas pero acaban siendo arrastrados por su propio huracán de palabras.


Lleva 364 días sin hablar con nadie. Mañana empezará el otoño, el día último de su obra. Sigue sentado delante del sauce, las piernas cruzadas, las manos sobre la parte interior de las rodillas, la cabeza erguida y los ojos cerrados. Trámez sabe que las obras de los imaginartesanos de Járiga tienen conexión con Entremundos. Es allí donde acaban las proyecciones muertas, y dicen los enlazadores que son semillas para las mentes inquietas de aquel extraño mundo. En eso piensa mientras se prepara para recibir el otoño, en eso y en el suceso que provocó la creación de su Babilónica, así le gusta llamar a su árbol. 


Trámez se siente preparado, nada le importan los proyectiles que rompen a su alrededor la calma de su silencio. Se ríe de los que se burlan de él y de los que le admiran. Se ríe de ellos y los compadece. Babilónica no se hizo para entretener ni deleitar a nadie, no hubo formulas ni estrategias para mantenerla despierta un año entero. Babilónica era una enfermedad, una herida profunda en su alma que reclamaba sanación con uñas y dientes, un desgarro que transformar en maravilla, una necesidad biológica más importante que el sexo, algo ineludible. Babilónica era un llanto comprimido en una lágrima y ahora debe dar paso al consuelo de los niños. Su propio ocaso será, como le sucede al sol, más bello que el mismo sol.


Jonás llegó al amanecer al gran balcón del Amaraun. La llegada del otoño es un día festivo en Járiga y la Niña-Reina sale de su palacio simplemente a sonreír. A todos los habitantes les alegra ver sonreír a La Tejedora y lo celebran por todo lo alto, música, bailes, comida, combates de proyecciones despiertas, malabarismos y miles de historias que fluyen entre las gentes. La Niña-Reina ha sido puntual a su cita, ha sonreído y toda la ciudad ha estallado en vítores y alegría.


Un extraño silencio se ha apoderado de toda la muchedumbre en cuestión de segundos. La Niña-Reina había dejado de sonreír y miraba desde el gran balcón hacia el sur. Allí se encontraban Trámez y Babilónica, mudos y sin celebración. Todos miraban hacia el mismo lugar cuando Trámez empezó a desvanecerse convertido en un suave viento que acariciaba con dulzura todas las ramas de Babilónica. Entonces ocurrió el milagro, las figuras musicales que imitaban negras cerezas empezaron a caer al suelo en miles de colores distintos y a cada impacto iban dejando sonidos que en su conjunto traspasaban el espíritu de cada uno de los habitantes de la ciudad. Ninguno de los allí presentes olvidaría jamás algo tan hermoso.


Años más tarde cuando Jonás regresó a Entremundos volvió a escuchar la misma melodía que dejara Trámez en su ocaso. No sabía cómo, porque el tiempo entre Járiga y Entremundos es muy caprichoso, pero Babilónica había conseguido hacerse entender más allá de los idiomas y la semilla de Trámez había fecundado en un artesano musical de siglos anteriores. Jonás volvió a emocionarse con Babilónica, que aquí se llamaba Adagio en Sol Menor y sonrió. Adagio, como Trámez convertido en suave viento y Sol Menor, como el tamaño del sol en su ocaso.  


Jonás se acordó de Trámez y también de Alhadira.
¿Qué importancia tienen los motivos que llevaron a Trámez a elaborar a aquella proyección despierta? ¿Qué importa cómo llegaron y qué detonantes hicieron fecunda la mente de Albinoni? ¿Acaso serían los mismos?

Jonás sonrió, se dejó inundar por aquella canción y encontró paz, mucha paz.

24 de octubre de 2010

Jonás habla con Praix sobre la chica silenciosa



Alhadira se rebosa a la manera del océano, con suave y pesada profundidad, con agitada y grácil superficie.  
Sabe desnudarse como el viento, con transparencia, con un constante rozar que se vuelve caricia más allá de uno mismo. Inundando el espacio vacío de alrededor con susurros invisibles, como ráfagas de ensueños.  


Su gesto es delicado y brillante como la luz de una vela, tembloroso, cálido, parpadeante. Se derrite a sí misma en charcos templados de secretas lágrimas, que conforme afloran se solidifican en su aliento y forman maravillosas figuras gimientes, semejantes a arabescos o a mariposas-dinosaurio.


Si es Eva o Pandora* a mí me da lo mismo. No creo que sea culpable de tales injurias ni ella ni ninguna otra mujer. Mentiras de hombres temerosos, diría yo que son tales mujeres. 

¿Sabes, Praix? Su silencio es una crisálida de noche sin subtítulos. Y dentro está ella, Alhadira, la mariposa noble*, la chica silenciosa.


Parte superior de Chrysiridia rhipheus.
Parte inferior de Chrysiridia rhipheus.


Si la contemplas desde arriba verás su oscura belleza y su arco iris atrincherado entre la noche y la tierra. Pero tienes que verla volar por encima de tus ojos para descubrir que es amanecer, ocaso y cielo, fresca hierba.


Yo la observé mientras volaba. Fue entonces cuando comprendí el idioma de la Maravilla, después aprendí sus dos dialectos. Y, ¿sabes que es lo más increíble, querido Praix? En realidad, ella no tiene ningún color, ninguna pigmentación. Todo es obra de la Luz Blanca, porque la luz blanca contiene todos los colores.


¡Oh sí, Praix, yo disfrute de tal certeza durante el tiempo permitido! Después Alhadira guardó silencio y desapareció. Todo cambió a mi alrededor. Me perdí en Entremundos y tuve que tejer y tejer hasta quedar exhausto. Jamás pude volver. Pero aquí estoy, contándote que tejí con mi dolor algo maravilloso.


*Etimología del nombre "Pandora" 
Etimológicamente se ha dado a la palabra «Pandora» un significado con distintos matices: Paul Mazon y Willem Jacob Verdenius la han interpretado como "el regalo de todos"; sin embargo, para Robert Graves significa "la que da todo" e indica que con ese nombre (Pandora) se adoraba en Atenas y otros lugares a Rea. Según Graves, se estaría ante la precursora griega de la Eva bíblica, puesto que Pandora es quien, como aquélla, trae la desgracia a la humanidad. 
Más info en Wikipedia: Pandora.   

*La mariposa noble (Chrysiridia rhipheus) es una de las mariposas más hermosas del mundo y tiene una particularidad muy llamativa: Las partes iridicentes de sus alas no tienen pigmentación alguna. El color proviene de la refracción de la luz en las escamas que cubren las alas. 
Más info en Wikipedia: Chrysiridia

16 de octubre de 2010

Gabriela, la suave mujer de piedra

Su corazón no ha aprendido a latir a ningún compás. Se pasa las horas muertas contemplando el gran tablero de ajedrez al que se asemeja Plaza Grande. 
Gabriela es una especie de Fontana de Trevi, sólo que en vez de monedas, la gente le arroja palabras, palabras-secreto. 

La historia de Járiga cuenta que al principio de los tiempos sólo existía la Luz y que era tan luminosa que se cegaba a sí misma, que no podía reflejar las formas ni los colores. Se le conocía como la Nada Blanca. Todo lo contrario que en Entremundos, donde al principio sólo había oscuridad. 

Después del origen de todos los mundos, hace mucho tiempo atrás, en Járiga cayó una roca desde los cielos. Dicen que esa roca tenía conciencia de sí misma y que al chocar con las nubes se dividió en cinco partes. 

La más grande de ellas cayó en la ciudad de Járiga y de ella, y sobre ella, se construyó el Amaraun, el palacio de La Tejedora. 
Otro trozo cayó sobre Plaza Grande, el centro vivo del pueblo de Henoc, al oeste de Járiga. Este último trozo, ya era Gabriela cuando chocó contra el suelo y, sigue en el mismo lugar. 

Jonás por fin terminó de tejer su canción de pérdida y está encontrando el camino de vuelta. Se sorprende, descubre que el camino de regreso es otro, que no vuelve sino que avanza. Y Jonás aprende que nunca se puede regresar, nunca.

Hoy, después del paso de mucha gente, alguien le ha dejado unas palabras-secreto a Gabriela que tendrán gran repercusión en el futuro de Járiga. Las ha escuchado con toda su figura y, como sólo sabe hacer la piedra viva, a sonreído. Era Jonás quien le decía: 

Mis carencias son mis armas. 
Corre, ve y dile a mis enemigos 
que ya no poseo nada. 

Gabriela ha seguido mirando al frente, como si nada. Hay palabras-secreto que encierran mucho dolor y de tanta presión se acaban convirtiendo en diamantes.

9 de octubre de 2010

La canción de Praix

Praix ha sido todas las partes del árbol, desierto, atardecer en el mar, tundra y nieve virgen. Las vistas desde la cima más alta de Entremundos. La mirada del astronauta, el bosque replegado, la selva que deja paso al gran río, el felino que se asea, el bebé que duerme, las manos que se unen, unos ojos llenos de luz, una sonrisa acogedora, un abrazo. 

Praix ha sido todas las cosas que se bastan a sí mismas y están hechas de silencio. Por eso sabe que la Maravilla usa el mismo idioma que la noche, que la muerte y la tristeza pero con el dialecto de la luz. 

Praix nunca tuvo gran destreza en el arte de tejer pero hila fino en su cargo de Primer Observador Sensitivo de Járiga. Es la mano izquierda de la Niña-Reina y trabaja con la efectividad de un subproceso informático. Hoy, sin embargo, le apetece tejer junto a su soledad una canción en el idioma de la Maravilla, en el dialecto de la luz. 

Jonás le contó una vez que en el color blanco viven todos los colores y ese recuerdo le ilumina. 
Diseña durante largas horas el traje de su canción, hace un gran esfuerzo por enlazar letras que se basten a sí mismas y estén hechas de silencio. 

Tres meses después termina de tejer su canción y la deja escrita en una partícula de luz blanca para que viaje por todos los universos descomponiéndose en colores. 
A la manera de Praix, su canción es un subproceso y se esconde por debajo de lo superficial. 

(La canción de Praix) 

Poema en blanco con título descriptivo.



 

3 de octubre de 2010

El sueño de Jonás

 
Jonás lloró de tanto tejer. Lloró de cansancio, de rabia, de incomprensión, de pena, de alegría...
Lloró porque no quería dejar su labor. Y llorando se durmió.
Tuvo un sueño que no recordaría. 


Ha sido asesinado por la hoz del viento.
Un círculo de zapatos lo están mirando.
¡Dice tanto su rostro sobre la muerte!

Todas las canciones de amor y todas las canciones de odio, sus estrofas y estribillos, se están derramando por los sauces que el aire despeina, densas como la miel de cientos de miles de abejas.

En la penumbra, una araña con el foco de la luna está tejiendo su red de plata y nube con hilillos de saliva. Quiere atrapar las palabras huidizas como insectos.


Lo han dicho en las noticias: “Presuntamente asesinado con una hoz…”
¡Ha sido el viento!, gritan los niños.
¡Ha sido el viento!


Los zapatos sin cordones se los ha calzado un ciervo. Y presa del terror, como un pensamiento sin maestros, ha huido hacia la ciudad con un verbo en su osamenta. 
Un verbo incapaz de hallar sosiego. Demasiado pequeño para una guerra. 
El verbo del que ha visto en otros ojos, el lago donde nadie se refleja. 
Huye en silencio el ciervo con un verbo en su osamenta.


¡Ha sido el viento!, gritan los niños que juegan sobre la hierba. 
¡Ha sido el viento!


Lo han escrito en tinta negra todos los medios: “Presuntamente asesinado con una hoz…”


¡Ha sido la hoz del viento!, gimen los molinos.
¡Ha sido el mismo viento!, murmura la resina del cerezo. 


¡Se está moviendo!, grita un niño entusiasmado por el miedo.
¿Quién se mueve?, pregunta un viejo.
Pues el muerto.
¿Y qué ha movido?
Sólo el pelo.
Hijo, todo está quieto. Habrá sido el viento.

26 de septiembre de 2010

Encinto, el chico de piel transparente



Encinto tiró con fuerza del padrastro 
que había en su dedo corazón. 
Se arrancó la piel de cuajo. 
Anduvo mucho tiempo sujetando 
sus entrañas, que siempre se le caían, 
hasta que un día 
se volvió a enamorar.

17 de septiembre de 2010

Jonás se pierde en Entremundos

Jonás es silencioso y observador como un halcón. En los últimos meses lleva arrastrando una pérdida que no puede encajar bien. No es la muerte de un ser querido, ni siquiera es la muerte de nadie, pero es tan aproximado el sentimiento que a veces piensa que él mismo se ha convertido en una presa de agua: acumula todo ese dolor y sólo puede ir liberándolo, poco a poco, a un antiguo cauce transformado. Al mismo cauce de siempre.


Jonás conoció a la chica silenciosa en uno de sus viajes a “Entremundos”. La Niña-Reina siempre le encarga trabajos en ese lugar por su condición. Jonás es el mejor enlazador de Járiga.  


Enlazar no es tarea fácil. Consiste en saber mezclar los sueños y la realidad de forma coherente, y es muy fácil perderse en cualquiera de los dos extremos o, lo que es peor, perderse entre ellos. Jonás se ha perdido en los tres a la vez y encontrar el camino de vuelta a casa se está complicando demasiado. Está seguro que encontrará la forma de volver; sólo hay que hacer bien el trabajo. Ahora sólo le preocupa el sentimiento de pérdida que tiene que aprender a manejar si quiere salir cuerdo de Entremundos. Y esa, no es una empresa fácil.  


Una de sus mejores habilidades, además de la de enlazador, es que es un gran tejedor. Jonás ha encontrado un punto en común entre la muerte y la pérdida. Las dos se mueven del Todo a la Nada; y en la Nada queda un residuo del Todo que es el hilo necesario para tejer. El hilo necesario: los recuerdos.  


Jonás sabe que hay que empezar por el principio, definiendo. Coge el manto blanco del Todo, el manto negro de la Nada y el hilo de los Recuerdos. Así teje su primera canción:


La Pérdida (o la canción de la muerte ajena)


Un balcón saliente al universo
Allá donde la nada
Mece las alas de nadie
Para que siga siendo.

11 de septiembre de 2010

Bohemundo


¡Eh, Bohemundo,
eres tan necio que algunos incluso te temen!

Olvidaste tu memoria en algún lugar del bosque
y te dio miedo volver.

¡Oh sí, tú sabes bien donde la dejaste!
Sin embargo, has seguido caminando tu segmento,
desplazándote a través de las miradas
como un hombre asustado
por la tiranía de su propio niño.

9 de septiembre de 2010

Praix, el chico sin apellidos. III

Del polen.

Una parte de mí jamás olvido la Matriz. Intenté llevar parte de mí, fuera como fuese, de nuevo a ella. Renacer, esa es mi añoranza. Volver allí donde “Aceptar el amor” es la más hermosa manera de crecer, donde mi destino es el camino, donde mi movimiento es el empuje y donde mi deseo es el deseo.


El Hogar de la Noche asomó su cabeza de nuevo en mi vida, la lucha fue bestial. A esta lucha la llaman adolescencia. Es la batalla entre el “Yo que está creciendo y quiere hacerlo por sí sólo” y “la Matriz que sigue alimentándote”.


Podéis creerme: No hay vencedor. Es más, no hay batalla alguna, solo una colaboración entre riñas.


Lo que pasó fue que aprendí a expulsar trocitos de Matriz en forma de polen. El viento y la luz se encargaron de llevarlos a otros árboles. Y los demás árboles hacían cosas parecidas.


Desde que me partí en dos, por fin comprendí que mi afán por deshacerme del Hogar de la Noche, era un acto de amor, una vuelta al principio, un eterno retornar, un constante buscar la Luz. 

5 de septiembre de 2010

Cartas a Alhadira

Querida Alhadira:


Te escribo esta carta, invisible como atmósfera que repta en sombra extraña, para que sepas que hoy me encuentro bien y que me alegra inventar tu sonrisa.
Dibujo, apartando la ventisca que enturbia tu imagen, tu nítida imagen; y pleno de regocijo me recuesto de lado, junto a ti, y te contemplo, blanca como nieve que nunca pisó nadie.


Llevo puesto el dedal de mercurio con tus iniciales (las he puesto al revés, sé que así están bien) pero no estoy tejiendo tu traje ni tu pelo. Hoy me recreo en tus labios mientras sonríes.
Y estoy feliz porque tus labios me sonríen.
Sonríen y llevan sangre y nervios por dentro. Casi parecen de carne, algo inusual en ti que ya no tienes pulso y te mantiene mi aliento.


Pero, a veces, eres real. Tan real que llegas a dolerme.


Te estuve esperando muchos días en el puente donde los coches hacen oleaje, sobre las nueve y media, aguardando el milagro, la maravilla. ¡Qué tonto puedo ser en ocasiones!.
Allí me vestía la noche con su traje oscuro y mágico; y sin tristeza ni alegría cogía de nuevo tus manos de viento, me acercaba a tu rostro de niebla y te daba un beso de luna.


¡Qué difícil romper este muro que has levantado ante mí!
Me pediste ser ficción y ya no sé cómo volverte carne.


Pero hoy estoy contento y me alegra inventar tu sonrisa. Te miro, te sonrío y de nuevo te vas con el viento.

4 de septiembre de 2010

Praix, el chico sin apellidos. II



De cuando fue brote.


Yo soy, afirmé.
¿Qué soy yo?, me pregunté. 

Y mientras tanto fui creciendo sin control. Me gusta la luz, no quiero seguir aferrado al Hogar de la Noche. No, definitivamente. Solo me interesa la luz, esa es mi elección. 

Este fue el instante más crucial de mi existencia. Olvidé mi primera conciencia, rechacé el amor de la Matriz. Pensé: No existe el amor en la oscuridad, solo la luz es buena. A partir de este momento buscaría mi renacimiento una y otra vez. 

Por primera vez tuve consciencia de estar vivo. El Hogar de la Noche que tanto amor me dio se empezó a convertir en el lugar donde no supe decir “YO SOY” y en mi mayor miedo: ¿Y si un día he de volver?. 

Huí hacia delante sin remedio, o eso creí. “Su empuje era mi movimiento”



De sus primeras ramas. 

Asombrado y disfrutando de mi primera gran etapa en el camino hacia la luz, me sentí pleno en la alegría. Recuerdo mis primeras ramas como el episodio más feliz e inocente de mi vida. Todo era un juego divertido repleto de imaginación y realidad infinita. No existía lo irreal. 

Enterré en lo más profundo el Hogar de la Noche; y la Búsqueda de la Luz irradió con tal fortaleza mi alrededor que sentí por primera vez el enamoramiento. Por eso recuerdo tan bien esta etapa. Me enamoré de todo lo que me rodeaba por primera vez. El mundo se convirtió en mi primer amor y, ya olvidada la Matriz generosa, entendí el amor como una posesión. 

Pensé: “Yo Soy” y “Esto es demasiado bueno para perderlo nunca, quiero esto para siempre”

Así fue mi infancia, feliz pero equivocada. Aún hoy, en ocasiones, pienso que mi infancia es el punto al que debería regresar. Regresar a mi primer amor. Y por intentar poseer mi primer amor, lo único que conseguí fue robarle su brillo. 

Fue el segundo crimen contra mí mismo: 
Robarle al presente su esencia efímera y maravillosa para que fuese igual el día de mañana. 

28 de agosto de 2010

Praix, el chico sin apellidos

Praix era conocido en Járiga como “el chico sin apellidos”. 
Dicen que olvidó el rostro de sus antepasados e incluso toda la información genética que hubo heredado. Pero Praix había sido todas las partes del árbol.


De cuando fue semilla.


La primera conciencia
 
No sé muy bien como llegué hasta aquí, a este lugar tan oscuro empeñado en darme alimento. 
Puedo deciros que toda matriz es un hogar de la noche y que la noche se preocupa, sobremanera, de que conozcas la luz. 
Mis inicios han sido oscuros pero impecables. 
Sentí el amor de lo invisible penetrando en mí por doquier y mi primera conciencia fue la más simple y poderosa de todas mis conciencias: “Acepta el amor”.


Gracias a esta primera conciencia se produjo en mí el cambio. Acepté el amor del Hogar de la Noche, de la Matriz. Y sabiendo que era generosa conmigo, la obedecí sin miedo, me dispuse a conocer la luz.

La segunda conciencia 

Mi segunda conciencia fue saber que ésta iba a ser mentira pero la acepté porque YO quise SER. Así empecé a creer que el deseo del Hogar de la Noche (conoce la luz) era mi deseo, que su empuje era mi movimiento y que lo que para ella era un camino para mí era un destino. 

Tornar esta mentira en verdad me partió en dos. Y en este punto comencé a ser. Empecé a ser siendo el Hogar de la Noche en el subconsciente y la Búsqueda de la Luz en mi consciente. 

En mi segunda conciencia dije “SOY”. 

27 de agosto de 2010

Fragmentos



Tus besos fueron agua fresca en cuenco de labio y nácar
del que bebí como un perro: A lametones.
Hundí mi hocico en el misterio, purgando de cada poro de tu carne
la esencia que te hace, viva, milagro y maravilla.

14 de agosto de 2010

Prólogo

Quería convencerte de mi verdad pero no tengo certezas.
Solo aquel beso tonto en la mejilla que nos dimos, casi rozándonos los labios, mientras una flauta dulce afinada por el viento alborotaba tu pelo de habitación encendida.


Tú no existías hasta entonces y alguna de mis sonrisas no supo esconder su agravio. Lloré. 
Antes de que nacieras, ya casi madre, lloré. Pero lloré a escondidas. 
Y en cada lenta lágrima de verde selva encerré a mis demonios con sus dudas hambrientas y sus cuchicheos afilados.
Me bebí mi llanto y mastiqué los diablos. Después te imaginé.


No por eso eres mujer, amada mía.


Tu verbo es ficción,
y tu sangre
y tu nombre
y el almirez de platino donde te volviste agua
y el beso en el espejo que acabó besando sombra; todo ficción.


La locura sueña en mis dedos cuando toco la nada tangible con el deleite de un genio y tú te haces a ti misma, creadora de ti misma, fantasma que habita en lo real y en lo concreto. Pero no por eso eres mujer, amada mía.  


¡Qué triste tu triste andar y qué bella tu figura!
¡Qué palidez muestra tu rostro sin raza y qué oscuridad tus años sin cuna!


Ven, entóname tu cantar junto a los potros viejos. 
Todavía tienen brío pa’ desbocarse bajo tu enagua de raso. 
Todavía relinchan a las serpientes que se esconden del sol, tras los arbustos, y mudan sus pieles sin aliviar sus almas. 
Todavía trotan y trotan sin preguntarse un destino. Y paran cuando tienen sed o hambre o sueño. Así son los potros viejos.  


¡Oh, Alhadira!
Mujer de vientos nacarados, oblicuos al tierno fresno que da sombra a mi descanso, noche a mis pesadillas, luz a mis ensueños.


¿Dónde arrojaré este estiércol maloliente y fecundo?
¿En tu seno? 
¡Si solo eres de aire!
¿En tu hueso? 
¡Si no hay quien te pueda tocar!
¿En tus dedos largos como autovías? 
¡Si se llaman al infinito y se pierden en sus propósitos!


¿Dónde arrojaré este estiércol y la semilla que le pensamienta?  
Lo arrojaré a la tierra que te vea morir. Y antes de que vuelvas a nacer, te construiré un nuevo cuerpo más etéreo, más etéreo aún.