14 de noviembre de 2020

Mis canciones

 

Photo by Jimmy Chang on Unsplash

Mis canciones presumen de estar un tanto sordas; de ir canturreando como despistadas por mis adentros, ajenas al fuera, una melodía siniestra que me hace sonreír mientras me hospedo en la inopia.

Hablo de mis canciones como el poeta que nace en Idaho para morir en Venecia: pasando por chaira el grafito, inyectando savia a la madera del lápiz, meando en los tobillos de quien escucha con atención. Hablo de mis canciones como quien musica haikus para un trap o se deleita, cerrando los ojos, al derramarse el licor que esconden ciertos bombones.

Yo no sé mis canciones qué saben del milagro de nacer para ir con ese porte: tan orgullosas y cantarinas, con ese tono tan subido de tono y esa métrica tan desmedida. No sé qué sabrán de la vida para ir abanderado himnos tan ostentosos en sus pretensiones. Nacisteis ayer, queridas mías, aunque vuestro poso sea viejo como el magma. Nacisteis ayer, no vayáis diciéndole a la gente que vuestra raíz es cuneiforme ni que recién habéis hallado a vuestro crush, porque no os tendrán por reales. Pensarán como mucho que sois un intento de neopoema urbano, un dron con ínfulas de pájaro o, peor aún: un ente aleatorio y amorfo.

Pero, ¿quiénes son la gente para hacerse pasar por un colectivo en singular, queridas mías?¿quién es la gente entonces, esa que quiere juzgaros? La gente es la gente, diría aquel escritor de Illinois en el Café Iruña, poco antes de hacer un ruido de hipopótamo al sonarse para dentro los mocos. La gente es la gente. Quedaos con eso.

Y recordad que hubo un tiempo en que solía hablar de vosotras con timidez, os tarareaba entre dientes y os maltrataba con la orto y la caligrafía: no entendía que quisierais permanecer adentro con toda aquella oscuridad, ni que me acompañarais en mi delirio. Insistía en expulsaros, como si la culpa fuera vuestra: plomo, os pensaba plomo y os arrojé al vacío de seis mil cuadernos. 

Ahora suelo festejar vuestra inclemencia y me dejo empapar sabiendo que soy la parte inerte de la tierra, cuna. Y que los gusanos nacidos de mis continuos cadáveres son humus. Y que vosotras, mis canciones, sois lo que se imagina quien os lee. O insultantes clavellinas entre olivos.

4 de noviembre de 2020

Hecho del verbo echar

 

 


Estoy hecho con los versos de una poeta desconocida que escribe mejor que diez mil hombres poetas y ochocientos dramaturgos que hablan de la vida como si fuera un teatro y así la viven: fingiendo.

Estoy hecho con la caricia de unas manos cuarteadas por el frío y el aire seco, que mesan mi pelo y apoyan mi mejilla en un tejido impregnado de matanza y prisa. Recuerdo burbujas de sangre en un cubo de metal.

Estoy hecho con la risotada que sierra la fresca mañana, mientras las labores se vuelven duras por falta de descanso y el vino afloja las piernas y distorsiona los dientes de las yeguas, que se los prestan a los mirlos, que los dejan caer en el arroyo hasta que un murmullo de lenguas torpes dicen mares y a nadie le importa, y todos se ríen. Y he dicho río.

Estoy hecho con la insignificante muerte por soledad de las arañas en aquella misma esquina del techo de la bodega: humedad, penumbra, frutos de cáscara y orzas con aroma de aceite viejo, guitas, madera. Pestillo echado en la puerta, por fuera.

Estoy hecho con el estiércol que se confunde con barro y las niñas pisan sin remilgos y las vacas siembran bajo los chaparros y las nogueras, a paso de vaca. Estoy hecho de amargas bellotas y esparragos trigueros. Y collejas. Y espantapájaros. Y cuevas.

Estoy hecho con la herrumbre de las cadenas de las bicicletas sin cambios y la luz inquieta de los candiles y las dinamos. Los botijos y los ladrillos por doquier y por cualquiera. Los perros atados, los ladridos: desatados; la loza. Los quintos de cerveza, el queso viejo y el tomate con sal gruesa.

Estoy hecho de lo que está hecha la carne del cerdo y el conejo que corre sin piel, de grandes espacios y tareas inacabables y nácar de navajas. De llorar tras la puerta, de juegos, leyendas. 

Estoy hecho de anhelos por las acequias abandonadas bajo la maleza, que atraviesan caminos por los que no corren ya niños ni labran brazos o animales. Estoy hecho con algo viejo que aún recuerda el olor del alcanfor en los armarios y la manzanilla recién cortada, o los higos sobre papel deshidratándose lentos como largos veranos con sol en la sonrisa.

Estoy hecho del recuerdo deforme de un dios que invento que me inventó, y de la porcelana que queda donde nadie puede limpiarla y pasan los años. Y un día, como hoy, aparto los muebles y no sé si hacer reforma o echar un buen rato limpiando. Voy hacia la cama y me echo a mí mismo, porque hace mucho tiempo que en vez de vivir, me pienso.

Estoy hecho de echarme de menos en todo tiempo futuro.