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Mis canciones presumen de estar un tanto sordas; de ir canturreando como despistadas por mis adentros, ajenas al fuera, una melodía siniestra que me hace sonreír mientras me hospedo en la inopia.
Hablo de mis canciones como el poeta que nace en Idaho para morir en Venecia: pasando por chaira el grafito, inyectando savia a la madera del lápiz, meando en los tobillos de quien escucha con atención. Hablo de mis canciones como quien musica haikus para un trap o se deleita, cerrando los ojos, al derramarse el licor que esconden ciertos bombones.
Yo no sé mis canciones qué saben del milagro de nacer para ir con ese porte: tan orgullosas y cantarinas, con ese tono tan subido de tono y esa métrica tan desmedida. No sé qué sabrán de la vida para ir abanderado himnos tan ostentosos en sus pretensiones. Nacisteis ayer, queridas mías, aunque vuestro poso sea viejo como el magma. Nacisteis ayer, no vayáis diciéndole a la gente que vuestra raíz es cuneiforme ni que recién habéis hallado a vuestro crush, porque no os tendrán por reales. Pensarán como mucho que sois un intento de neopoema urbano, un dron con ínfulas de pájaro o, peor aún: un ente aleatorio y amorfo.
Pero, ¿quiénes son la gente para hacerse pasar por un colectivo en singular, queridas mías?¿quién es la gente entonces, esa que quiere juzgaros? La gente es la gente, diría aquel escritor de Illinois en el Café Iruña, poco antes de hacer un ruido de hipopótamo al sonarse para dentro los mocos. La gente es la gente. Quedaos con eso.
Y recordad que hubo un tiempo en que solía hablar de vosotras con timidez, os tarareaba entre dientes y os maltrataba con la orto y la caligrafía: no entendía que quisierais permanecer adentro con toda aquella oscuridad, ni que me acompañarais en mi delirio. Insistía en expulsaros, como si la culpa fuera vuestra: plomo, os pensaba plomo y os arrojé al vacío de seis mil cuadernos.
Ahora suelo festejar vuestra inclemencia y me dejo empapar sabiendo que soy la parte inerte de la tierra, cuna. Y que los gusanos nacidos de mis continuos cadáveres son humus. Y que vosotras, mis canciones, sois lo que se imagina quien os lee. O insultantes clavellinas entre olivos.