Encinto bebe del beso del aire la humedad mugiente mientras camina.
- Se acabó para siempre el mundo real.- Le afirma uno de sus pensamientos. Y ese pensamiento se vuelve evangelio y en ese evangelio se descubre rey. Rey de un país de piel con millones de células leales y serviles.
Camina y se sale de Entremundos rumbo a Járiga.
Han debido de pasar muchas gentes durante muchas épocas por la senda que sigue y, sin embargo, tiene la sensación de ser el primero en pisar la tierra rojiza que la define.
“He debido de estar aquí antes, conozco este lugar. Quizá no lo recuerdo con nitidez pero he debido de estar aquí antes. Estoy seguro.”
Somormujos y crisantemos encienden una exclamación sensorial mientras que todo su pasado da un paseo por su mente, postales e instantáneas de momentos vivos y difusos hacen la urdimbre para la tela que deviene en sábana. La sábana que trae el sueño que se lo lleva. Encinto se apoya en un árbol de corteza clara y allí se derrama lento como espuma. Bebe del beso del sueño el mismo sueño y bebe hasta despertar dentro de el.
Arma corta.
Gatillo y cañón.
Disparo al corazón.
¡NO!
No ha sido un suicidio, ha sido la muerte misma de la ilusión (Encinto se revuelve). Un atardecer carmesí lo pone en alerta y del cielo unos labios plata de luna le susurran, Encinto escucha. Escucha una canción de cuna.
“Transforma tu vida en sueño, hijo mío,
aprende de los imaginartesanos los secretos
y el vocabulario.
Duerme entre nubes, mi bien.
Despierta entre elefantes y lobos
que ellos te enseñen el modo
de llegar hasta el Edén.
Dale a tus sueños la vida, mi dulce querer,
encuentra las puertas de espuma marina
que hay más allá de tu piel.
Duerme entre nubes, mi amor,
que cuando abras los ojos y el alma
ya estarás en Járiga. ¡Déjate arribar!”
Cuando Encinto abrió los ojos vio desaparecer el mundo del que vino. Se quedó sentado hasta que la brecha se cerró por completo y entonces se miró las palmas de las manos sin pensar en nada. Luego se levantó, se quitó la ropa y la enterró junto al árbol de clara corteza. Miró hacia la ciudad de Járiga, perfilada al sur como una pintura al óleo, y caminó desnudo hacia el oeste. Ya no quiere ir hacia ningún dónde, sólo quiere caminar.