29 de enero de 2011

Entrada y sueño




Encinto bebe del beso del aire la humedad mugiente mientras camina.
- Se acabó para siempre el mundo real.- Le afirma uno de sus pensamientos. Y ese pensamiento se vuelve evangelio y en ese evangelio se descubre rey. Rey de un país de piel con millones de células leales y serviles.


Camina y se sale de Entremundos rumbo a Járiga.
Han debido de pasar muchas gentes durante muchas épocas por la senda que sigue y, sin embargo, tiene la sensación de ser el primero en pisar la tierra rojiza que la define.
“He debido de estar aquí antes, conozco este lugar. Quizá no lo recuerdo con nitidez pero he debido de estar aquí antes. Estoy seguro.”


Somormujos y crisantemos encienden una exclamación sensorial mientras que todo su pasado da un paseo por su mente, postales e instantáneas de momentos vivos y difusos hacen la urdimbre para la tela que deviene en sábana. La sábana que trae el sueño que se lo lleva. Encinto se apoya en un árbol de corteza clara y allí se derrama lento como espuma. Bebe del beso del sueño el mismo sueño y bebe hasta despertar dentro de el.


Arma corta.
Gatillo y cañón.
Disparo al corazón.
¡NO!


No ha sido un suicidio, ha sido la muerte misma de la ilusión (Encinto se revuelve). Un atardecer carmesí lo pone en alerta y del cielo unos labios plata de luna le susurran, Encinto escucha. Escucha una canción de cuna.


“Transforma tu vida en sueño, hijo mío,
aprende de los imaginartesanos los secretos
y el vocabulario.

Duerme entre nubes, mi bien.
Despierta entre elefantes y lobos
que ellos te enseñen el modo
de llegar hasta el Edén.

Dale a tus sueños la vida, mi dulce querer,
encuentra las puertas de espuma marina
que hay más allá de tu piel.

Duerme entre nubes, mi amor,
que cuando abras los ojos y el alma
ya estarás en Járiga. ¡Déjate arribar!”


Cuando Encinto abrió los ojos vio desaparecer el mundo del que vino. Se quedó sentado hasta que la brecha se cerró por completo y entonces se miró las palmas de las manos sin pensar en nada. Luego se levantó, se quitó la ropa y la enterró junto al árbol de clara corteza. Miró hacia la ciudad de Járiga, perfilada al sur como una pintura al óleo, y caminó desnudo hacia el oeste. Ya no quiere ir hacia ningún dónde, sólo quiere caminar.



21 de enero de 2011

La muerte monosilábica de Encinto

¿Quién disparó? Encinto creyó haber sido él (no había nadie más allí) pero eso era imposible... ¿Cómo?

Después de un sonido semejante a un chascar de dedos, multiplicado por mil, el diminuto tren de la muerte recorrió el oscuro túnel hasta su destino. Pero no paró allí, lo atravesó.

La imagen era nítida:
Un arma corta, de la longitud de un monosílabo.
Un dedo apretando el gatillo de la letra “N”.
Un proyectil atravesando el cañón de la “O”.
Un corazón.
Una minúscula e incandescente estrella fugaz cayendo sobre mantequilla.

A Encinto le mató un “NO”. Después se negó a sí mismo y se volvió errante y errante. No quiso pensar en nada más.
Ya nada volvería a ser como antes.

Percibió la pausa rítmica de su corazón y le prestó la urgente atención de una herida, después de una diástole casi rebosada no llegó sístole alguna. Un hogar deshabitado. Su corazón quedó vacío y quieto como una noria al acabar las fiestas.
El color de su rostro ansió descontrolado vestirse de blanco como una novia, al tiempo que una niebla artificial, carente de humedad, erraba su visión como un mal enfoque.
Su esperanza en cambio quiso vestirse con elegancia y se vistió de negro.
Encinto, que ya se había dado por muerto, se descalzó y comenzó a andar. Caminó sin zapatos, sin sangre, sin sentido y sin esperanza, pero caminó. Y se fue más allá, mucho más allá.

Descubrió la virginidad del sentido del tacto en la piel de las plantas de sus pies, tanto tiempo apartados del sentido puro por la sobreprotección de los zapatos.

-Los muertos no necesitan zapatos, los muertos necesitan sentir la tierra.- Se dijo.
-Quizá mi corazón no quiera latir pero mis pies sienten cosas nuevas: todas las texturas que les fueron camufladas: Rugosidades, lisuras, irregularidades, piedras afiladas, tierras húmedas, cantos rodados, hierbas secas, alquitrán, aceras, pinturas...

Encinto caminó. Y a cada paso sus piernas, convertidas en tijeras, cortaron el viento quieto y la materia común de todo lo que existe. Y así, caminando sin descanso, le hizo un corte a la realidad por donde pudo ver la brillante ciudad de Járiga.

Miró a través del reciente corte con difunta curiosidad. - ¡Járiga!... ¿Cómo puedo conocer su nombre? -Se preguntó. Y quiso caminar por dentro como la sangre, directo al corazón, hacia El Amaraun, el palacio de La Tejedora, La Niña-Reina.




15 de enero de 2011

Arida Márquez - La mujer sin semilla






En tu fértil y abundante tierra
te volviste yerma, 
Árida Márquez.

Sembrada de muchas esperanzas
fue tu fruto
solo el surco.

Herida en la tierra.