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Cada persona, cualquiera de ellas, tiene el feroz impulso de contar historias. Por eso las devoran. Aquí en Járiga, las hay que pasan horas frente a los Cristales Fluidos contemplando impasibles los teatros de artificio y la falsa emoción de disfrutar siempre de sus desenlaces eternos y nodos de mil nudos. Pero no todas las historias valen, es necesario saber contarlas bien. Te darás cuenta, joven Jonás, que la mayoría de las personas que te encuentres se trastabillarán mientras cuentan su relato; eso se debe a que tienen un extraño miedo a llamar la atención. No siempre fue así, tú lo sabes, pero desde que se movieron los imanes que hacen flotar al mundo, y los Mamus se mezclaron con nosotros, la gente piensa que roba el tiempo de los demás y sus historias se tornan breves e insustanciales. No saben sostener la mirada y sus relatos se caen al suelo, después te muestran sus trozos con tanta prudencia, por miedo a herirse, que has de imaginarte la copa. Sin embargo, en su interior, eso se ve en los ojos de algunos, querían mostrarte un florero u otros objetos dignos de un buen artesano. Los imaginartesanos son los únicos que mantienen su oficio con cierto equilibrio pero ya no les resulta tan fácil. Pregúntales a ellos, Jonás. ¿Sabes? Tienen miedo. Jamás lo tuvieron y ahora...
La Niña-Reina contuvo aire de altos montes en sus pulmones. Me miró, y agua que jamás conociera lodos corrió por sus ojos. Poco a poco dejó escapar el aire contenido y continuó.
Ahora, ahora crean cosas para defenderse de los Mamus. Son objetos peligrosos, artificios de la locura y el miedo. Cántar, soñador y delicado, creó un sueño de cristal blando y se metió dentro de él. Ya nadie puede tocarlo y él tampoco toca a nadie. Y eso es una pena, porque Cántar es un imaginartesano de la curación. De su arte han salido cosas tan importantes como los Raíles Óseos, que curan la rotura de huesos, o los Tílilos, pequeñas estrellas que penetran la piel dándole calor para aliviar las dolencias musculares. Roún, el besador de azules, lleva un tiempo, ya impreciso, escondido en alguna nube. Nadie lo ha visto, nadie sabe nada de él. Roún fue el ganador del último concurso en las fiestas de otoño, creó la “Lluvia de las estaciones”. Fue tan hermoso, Jonás -dijo La Tejedora con su sonrisa de luna-. Durante cuatro periodos de diez ciclos, una lluvia de colores infinitos y gotas tan grandes como fresas fueron cayendo sobre la ciudad, ora pintando el invierno, ora la primavera. Incluso en los tejados de las casas y en nuestras ropas crecieron las flores y los girasoles, o nevó. Deberías haber estado aquí.
Recordé el año anterior cuando Trámez desapareció junto a la hermosa Babilónica. Ya entonces sospechábamos que algo no andaba bien en Járiga, pero ahora estoy aquí, oyéndolo de los labios hortenses de la Niña-Reina. Me imaginé cómo tuvo que ser el espectáculo ofrecido por Roún durante un rato hasta que quien me hablaba me devolvió a su historia.
Se me hace extraño Jonás pero no me apetece seguir hablando. Me gustaría verte pasada la luna, ¿te parece?. Y sin esperar mi confirmación, la dueña del Amaraun desapareció. Yo me quedé pensando en Roún y Cántar, también en Trámez. Y luego me vino a la mente Sofía, la creadora de copas cantarinas. La puerta de la sala del Amaraun se abrió muy despacio y yo salí por ella, meditabundo.