20 de noviembre de 2011

Meditabundo



Imagen de BengLim's (Stock.xchng)


Cada persona, cualquiera de ellas, tiene el feroz impulso de contar historias. Por eso las devoran. Aquí en Járiga, las hay que pasan horas frente a los Cristales Fluidos contemplando impasibles los teatros de artificio y la falsa emoción de disfrutar siempre de sus desenlaces eternos y nodos de mil nudos. Pero no todas las historias valen, es necesario saber contarlas bien. Te darás cuenta, joven Jonás, que la mayoría de las personas que te encuentres se trastabillarán mientras cuentan su relato; eso se debe a que tienen un extraño miedo a llamar la atención. No siempre fue así, tú lo sabes, pero desde que se movieron los imanes que hacen flotar al mundo, y los Mamus se mezclaron con nosotros, la gente piensa que roba el tiempo de los demás y sus historias se tornan breves e insustanciales. No saben sostener la mirada y sus relatos se caen al suelo, después te muestran sus trozos con tanta prudencia, por miedo a herirse, que has de imaginarte la copa. Sin embargo, en su interior, eso se ve en los ojos de algunos, querían mostrarte un florero u otros objetos dignos de un buen artesano. Los imaginartesanos son los únicos que mantienen su oficio con cierto equilibrio pero ya no les resulta tan fácil. Pregúntales a ellos, Jonás. ¿Sabes? Tienen miedo. Jamás lo tuvieron y ahora...

La Niña-Reina contuvo aire de altos montes en sus pulmones. Me miró, y agua que jamás conociera lodos corrió por sus ojos. Poco a poco dejó escapar el aire contenido y continuó.

Ahora, ahora crean cosas para defenderse de los Mamus. Son objetos peligrosos, artificios de la locura y el miedo. Cántar, soñador y delicado, creó un sueño de cristal blando y se metió dentro de él. Ya nadie puede tocarlo y él tampoco toca a nadie. Y eso es una pena, porque Cántar es un imaginartesano de la curación. De su arte han salido cosas tan importantes como los Raíles Óseos, que curan la rotura de huesos, o los Tílilos, pequeñas estrellas que penetran la piel dándole calor para aliviar las dolencias musculares. Roún, el besador de azules, lleva un tiempo, ya impreciso, escondido en alguna nube. Nadie lo ha visto, nadie sabe nada de él. Roún fue el ganador del último concurso en las fiestas de otoño, creó la “Lluvia de las estaciones”. Fue tan hermoso, Jonás -dijo La Tejedora con su sonrisa de luna-. Durante cuatro periodos de diez ciclos, una lluvia de colores infinitos y gotas tan grandes como fresas fueron cayendo sobre la ciudad, ora pintando el invierno, ora la primavera. Incluso en los tejados de las casas y en nuestras ropas crecieron las flores y los girasoles, o nevó. Deberías haber estado aquí.

Recordé el año anterior cuando Trámez desapareció junto a la hermosa Babilónica. Ya entonces sospechábamos que algo no andaba bien en Járiga, pero ahora estoy aquí, oyéndolo de los labios hortenses de la Niña-Reina. Me imaginé cómo tuvo que ser el espectáculo ofrecido por Roún durante un rato hasta que quien me hablaba me devolvió a su historia.

Se me hace extraño Jonás pero no me apetece seguir hablando. Me gustaría verte pasada la luna, ¿te parece?. Y sin esperar mi confirmación, la dueña del Amaraun desapareció. Yo me quedé pensando en Roún y Cántar, también en Trámez. Y luego me vino a la mente Sofía, la creadora de copas cantarinas. La puerta de la sala del Amaraun se abrió muy despacio y yo salí por ella, meditabundo.




13 de noviembre de 2011

Mi moneda argéntea



He sacado del bolsillo la moneda que guardo para las decisiones difíciles. Es de plata y tiene un agujero en el centro por donde puedes mirar el mundo. Hace mucho tiempo que decidí usarla, antes pedía consejo (aún lo sigo haciendo) y sobre lo que me iban diciendo armaba un puzzle. Bueno, estaría bien decir que armaba varios puzzles que a su vez se convertían en nuevos rompecabezas. Pero desde que encontré la moneda argéntea...

La encontré caminando una mañana fría de otoño por la orilla del río Graa, centelleó entre los brillos del mismo río. Pensé que quizá podía ser la piel plata de algún barbo común o una mota de polvo galáctico, me incliné más hacia lo segundo. Estoy seguro que la gran mayoría del polvo que brilla en el aire es esperma de asteroides. Además, los barbos están dentro del agua y son dorados, mientras que este brillo se hacía ver en la misma orilla, donde la tierra y el agua empiezan y terminan. No creo que los barbos muertos se argenten, los muertos ya no saben hacer nada.
Me acerqué hasta donde la orilla deja de existir, es una delgada línea invisible e infinita entre el agua y la tierra, y recogí la moneda. Era de plata, de vieja plata.
La guardé apretadita en mi mano y volví a caminar.

Desde entonces es la moneda que guardo para las decisiones difíciles. Es una moneda muy especial: de plata vieja, tiene un agujerito en el centro por donde puedes mirar el mundo y es plana, sin dibujos ni relieves por ninguna de sus dos caras.

Hoy la tiré hacia el cielo, por un momento parecía un barbo común saliendo del agua, aunque plateado. Después se convirtió en campana y badajo a la vez rebotando contra el asfalto. Quedó quieta, mostrándome el camino en el eco metálico de su tonada, y aunque yo ya lo sabía me lo volvió a decir: 


“Has tomado la decisión correcta, te has vuelto a equivocar”.



Ilustrado por Maria Pan

5 de noviembre de 2011

He dejado un amor en el mundo



“He dejado un amor en el mundo
a salvo de los peces y de los pájaros,
a salvo del tiempo y la monotonía.
Lo he dejado a salvo de cualquier peligro,
por eso no puedes poseerlo,
y por eso no lo puedes retener,
pero puedes sentirlo,
casi te parecerá tocarlo.
Pero no es tuyo, ya no, y tampoco es mío, que va.
Lo escondí dentro del pez, centellea en sus escamas.
Lo dejé oculto bajo las plumas que el viento acaricia,
en los mismísimos pájaros. Y también donde el tiempo,
ese espectro ataviado con anteojeras que relincha y todo arrasa.
Y en la monotonía, en ella también; en ella que se nos hizo tan larga.

He dejado un amor en el mundo.”



Esta era la canción que cantaba en las azoteas del Amaraun la Niña-eterna. Sena, ese era su nombre. No puedo precisar si la conocí antes a ella o fue a Praix, el chico sin apellidos. No sé. No importa. En cualquier caso, cuando Sena cantaba sus canciones toda mi sangre acudía despavorida a coagularse en mi pecho. Mi corazón se quedaba todo el tiempo que duraba la canción quieto como un camino, y tan en silencio que no sabía si se había muerto o quería convertirse en abismo. ¡Qué voz! ¡qué voz desgarrada y augusta se derramaba por su garganta! No podéis imaginarlo. Todavía debe seguir derramándose como ríos que nacen en copas cristalinas.

Hace ya mucho que no me oculto al abrigo de las sombras para deleitarme con su canto, no lo hago porque me parece que de alguna manera estoy escuchando algo que no ha sido creado para tal fin. Son los llantos de Sena, se los dedica a las noches sin luna. Fabulo que ella cree que cuando no hay luna, la noche está desnuda y le presta más atención. Ella no llora, yo sí, porque hice mía su canción.



Dibujo de Maria Pan