6 de octubre de 2014

El festín del perro I



Photo credit: ~Oryctes~ / Foter / CC BY-NC-SA


Todo se derrumbó el día del secuestro. La realidad se anudó a mis muñecas cual serpiente que dibuja el símbolo del infinito. Con su cabeza y su cola en la intersección de ese ocho tumbado, tragándose a sí misma y apretando con más fuerza cada vez la equis que mis manos y antebrazos formaban tras la espalda. Por desgracia no era el momento para entretenerme con esa imagen ni con el dolor que aquella brida me causaba, así que ya podía ser una equis o una paloma para sombras chinescas que a mí lo único que me apetecía era fumarme un cigarro y crear nubes para llorar bajo ellas, como si esa fuera a ser la única manera y la excusa perfecta para mantener intacta mi dignidad ante la impotencia que me inundaba. Nadie me hablaba, todo era acción a mi alrededor, ajetreo. Me habían vendado los ojos con un trapo deshilachado que me hacia cosquillas en los pómulos y a los lados de la nariz. Unas cosquillas insufribles, como arácnidos paseando por mi cara y así, sin ver nada, sin poder rascarme, ni sabía dónde sembrar mi esperanza ni dónde mis angustias. Solo era capaz de notar cómo me iban amarrando ora las muñecas, ora los tobillos, ora la puta que los parió... Por si acaso grité, grité a quienes quiera que fueran: ¿Pero por qué coño arraumbaurrummmm...

Toda mi pregunta finalizó al estilo polvorón navideño cuando me metieron un bolo de papeles en la boca. Sé por el sabor que eran periódicos de fechas pasadas repletos de crímenes y loterías, de resultados deportivos y esquelas carísimas y efímeras, de sodokus y autodefinidos a medio hacer, de políticas erróneas y, acaso, de ningún verso ni frase o razonamiento digno de ser soluble en el alma. Noté deshacerse la tinta de todas esas páginas en mi lengua y juro por lo que más quiero en el mundo que no hubiera hecho falta que me pegaran aquel trozo de cinta americana gris: Se me quitaron todas las ganas de preguntar cualquier cosa, se me quitaron las ganas de hablar, quizá para todo el tiempo que durara mi secuestro. Y sé que el trozo de cinta era gris no porque así lo imaginara sino porque a uno de mis secuestradores se le escapó un suspiro y olía a ciudad en hora punta, sonaba a cláxones y al estrés contenido en un “¡no voy a llegar a tiempo por culpa de este puto tráfico y no puedo hacer nada, joder!”. Me dio pena, tristeza y rabia, y le deseé la muerte. Privado de visión, amordazado y atado pasaron las horas, quizás meses en el sentido absurdo del tiempo que aburre, y comencé a sentirme arbusto cuando las extremidades se me durmieron y solo se quedó el silencio a mi lado.

Toni, Toni, Toni, mi nombre es Toni Álvarez Aguado. Toni, Toni, Toni, mi nombre es Toni Álvarez Aguado. Toni, Toni, Toni, mi nombre es Toni Álvarez Aguado. Me lo repito como un mantra para asentar tierra, aunque sea con mi propio centro; para no perderme en pensamientos que viajen al miedo o a la desesperación, para no pensar en nada, para no olvidar quien soy, para no perder contacto con mi base, el único lugar con el que puedo mantener una comunicación en estos momentos. Toni, Toni, mi nombre es Toni Álvarez Aguado. Toni, Toni, Toni, mi nombre es Toni Álvarez... ¿Qué mierdas digo, joder! ¡Ya basta! ¿Qué puta mierda de intermediación entre mí y yo mismo es esta? ¡Cómo si pudiera hacerme compañía a mí mismo! Las veces que me he sentido solo conmigo y ahora mil pensamientos me inundan sin cordura ni sentido. Lo que daría por comerme un pintxo de tortilla en el Tamarán acompañado con un verdejo fresco, ¿se acordará alguien de Ruso y lo sacará a mear y cagar por la zona de esparcimiento que hay al lado de casa o se estará muriendo de desesperación en el salón y ya habrá mordido el sofá en un ataque de angustia perruna? No, no, no, aparta ese pensamiento de tu cabeza, Toni. Ruso está bien, con seguridad Elena, ella tiene llaves, ya te ha echado de menos, ha llamado al móvil, a casa, al trabajo, y viendo que no había respuesta se ha llegado al piso y preocupada se ha hecho cargo de él. ¡Cuánto amo en este momento a Elena! ¡Ojalá lo nuestro hubiera funcionado! ¡Joder, cuánto la quiero! Seguro que Elena y Ruso están juntos, sí, ha de ser así, no puede ser de otra manera. ¡Tengo las manos y las piernas dormidas! ¡Qué mierda más gorda, copón! Y además no veo un pijo y estos putos periódicos de mierda que me han metido en la boca se están deshaciendo con la puta saliva y su puto sabor es repugnante. ¿A quién cojones le habré hecho yo algo? ¿Qué es lo que querrán de mí? Pero si no tengo un puto duro, ni tierras; ni siquiera tengo una tele de plasma, joder.

(Se oye un ruido, mis pensamientos cesan. Mi atención vuelve al exterior)