Encinto tiró con fuerza del padrastro
que había en su dedo corazón.
Se arrancó la piel de cuajo.
Anduvo mucho tiempo sujetando
sus entrañas, que siempre se le caían,
hasta que un día
se volvió a enamorar.
En Járiga la imaginación es cierta. Tan cierta como las piedras parlantes y el muerto errante en la mañana.