17 de diciembre de 2010

La memoria de Bohemundo
Los bosques de Phéser (V)




Una luz laminada e impregnada de purpurina orgánica juega con la sombra entre los sauces y fresnos. Proyecta haces aleatorios sobre la tierra donde encuentran foco tonos pardos, ocres y verdes que se dejan contemplar tímidos y radiantes.
Por la pasarela de delgados tallos desfilan quietas las flores; el viento aplaude valiéndose de las hojas de los árboles; las aves silban ocultas entre el follaje, encendiendo sus vivos ojos de bayas de pimienta negra; y los aromas húmedos se emocionan sin vergüenza alguna.
Esto es puro jazz para los ojos que miran. La suerte del vivo sonido que emana de la profundidad de la superficie terrestre. Armónicas notas en clave de luz y silencio.
Puro jazz, pura vida. Éxtasis.
La quieta función de lo que nunca se detiene.

Cuando conectas con algo tan bello los pensamientos y el tiempo se paran, siempre que no tengas detrás de ti a un ser convertido en Tiguar intentando darte caza. Crucé luces y sombras como quien atraviesa el pelaje de una cebra hasta alcanzar un pequeño claro. Bohemundo me seguía de cerca, su respiración era un violento géiser intermitente y casi notaba su calor en la nuca. Me detuve en el claro, una superficie irregular en forma de circulo donde la vegetación alcanzaba la altura de los tobillos, y sin mirar atrás aguardé la llegada de mi figurado depredador.
Tardaría siete segundos en llegar, a mí me bastaron tres para tejer las palabras que enlazasen su desierto de hielo con su memoria. Yo ya estaba preparado, se acercaba... cinco, seis y... Frío.
Bohemundo se paró detrás de mí rugiendo como el arrastrar de armarios de madera por el piso. Por un instante pasé miedo, mi piel se volvió tirante y un escalofrío agitó mi cuerpo con una sacudida inconsciente. Me giré, miré a sus ojos y pronuncié la primera de las palabras casi como un saludo oriental a Bohemundo: ¡Maestro!

Una avanzadilla de baja niebla se adentró en el claro del bosque curioseando entre la maleza con timidez, pronto se convirtió en un ejercito armado de húmeda levedad que invadió todo lo visible. Parecíamos estar dentro de las blancas entrañas de un fantasma pero aquí el único ser cubierto, el único Mamu, era Bohemundo.
La niebla se volvió eléctrica y azul alrededor de Bochán y su gesto mutó hacia la tristeza. Por primera vez desde hacía muchos años volví a escuchar su voz profunda y serena.

-Al maestro deberían haberle enseñado a afrontar los dolores del alma.- Su rostro se comprimió arrugándose como una ciruela pasa mientras hacía el esfuerzo por contener las lagrimas. -Hay situaciones en la vida en las que no puedes interferir, no te pertenecen, sólo suceden como el tiempo se sucede a sí mismo. Y llegan a doler tanto que los ojos se endurecen, como si cayese cera derretida sobre ellos.

Comenzó a menear su cabeza en un sutil vaivén de negación al tiempo que la inclinaba y apretaba los párpados. El resto de su cuerpo se contrajo como las pupilas de un felino. Dijo una palabra amarga, de esas que estropean cualquier celebración, y entonces estalló por dentro.

Como el florecer de una rosa, vista a cámara rápida, el núcleo de cada una de sus células explotó. Desapareció por completo la matriz extracelular dejando sueltas a merced del viento todas sus células que, debido al calor residual de cada explosión, tomaron el color que mejor les vino en gana y así, y utilizando la niebla como fondo, se llenó todo de una especie de microscópicas luciérnagas en color champán, bermellón, corinto, marfil, ciclamen, pistacho, piedra, magenta, azul, vino, turquesa, coral... y tantos otros colores que, incluso algunos de ellos, aún no tienen nombre.

La explosión sólo fue audible a nivel molecular pero hizo un ruido ensordecedor.
No pude enlazar nada más. Bohemundo no soportó enfrentarse a los recuerdos que escondía en su frío desierto y desapareció junto a la niebla.
La luz volvía a juguetear con la sombra entre las ramas y yo me apresuré a buscarlo con la mirada. Ni rastro.
Lloré por Bohemundo como un batallón de nimbos sobre los mares. Lloré hasta que mis ojos se limpiaron tanto que la encontré. Allí estaba, acurrucada entre mis brazos como un bebé dormido, la reconocí de inmediato. Era su memoria.

Comprendí que era mi turno. Tejí, hilé, enlacé y construí una nueva historia... La memoria de Bohemundo.

“Bohemundo fue mi primer maestro en el arte de enlazar. Era un hombre serio y taimado. Un gran hombre...”

11 de diciembre de 2010

Bordeando el lago Kinshuó
Los bosques de Phéser (IV)




Los posos de cualquier cosa, en el fondo, siempre dejan un regusto amargo.
El otoño hace sangrar a los árboles de forma sólida, bella y delicada.
Bohemundo levanta murallas incluso a su sombra.

Mi rojo amor sangra con un regusto amargo porque no quiere ser sombra, y se enfurece. Corre loco en un espacio demasiado pequeño para sus grandes zancadas, demasiado estrecho para sus fuertes latidos, demasiado cerrado para sus ansias de volar, porque mi rojo amor es un gas sin volumen ni forma definida.

Bohemundo es un trozo de mí. Él fue mi primer maestro, él tejió un trocito de esta larga bufanda de punto que es el camino por donde transito buscando calor, abrigo y cobijo. Él es tan parte de mí como mi infancia o un diente de leche. Amo a este hombre con mi rojo amor gaseoso.
Tiempo atrás, aprendí a transformar mi rojo amor a estado de plasma y ahora enfoco su uso en mi labor con la causa de Bochán, se lo envío cálido como un viento solar y bello y asombroso como una aurora.

“Hemos de recuperar tu memoria, querido Bohemundo. Si han de traspasar mi piel las translúcidas aristas de tu desierto de hielo, recuerda que mi sangre es caliente como magma y que mi ser conoce todos los estados de la materia, incluso los no conocidos aún.”

Dirigí la mirada hacia el lago Kinshuó. Bohemundo seguía lanzándome palabras de mordisco canino con la intención de desgarrar y hacer jirones mi alma.
“Mi rojo amor como plasma”
Mi rojo amor como un rayo consiguió descolocarlo un segundo que aproveché para correr en dirección al lago. Bohemundo creyendo ver en mi acción una huida, no quiso dejarme escapar, y se apresuro tras su presa como un Tiguar.

¡Oh, Bohemundo, eres tan necio que algunos incluso te temen!
Pero yo no, yo corro porque he visto tu desierto escondido en el bosque, yo sé donde dejaste tu memoria y allí te llevo.
¡Corre Bohemundo, corre!

El lago Kinshuó murmura bajo la voz del viento, bajo el diálogo atropellado de nuestros rápidos pasos, bajo los gritos enmudecidos de la tierra que pisamos. Murmura la canción que hace dormir a los peces, la misma canción que los convierte en voraces depredadores. Es la canción de la tejedora de algas, la nana perversa del sueño profundo.

Corro como un corzo asustado pero no tengo miedo, sé que me aproximo al lugar imaginario donde Bochán perdió su memoria. Dejo atrás el lago y afronto la ladera como si fuera un llano. Bohemundo sólo tiene ojos para su presa.
Tropiezo. Pierdo el equilibrio y caigo. Bohemundo me lanza una palabra-bestia que se disuelve en mi alma dejándome un agrio regusto bilioso. No puedo evitar llorar, y lloro, pero me levanto.
Hay palabras que te inundan de un penar acuoso, esas palabras te vuelven pesado y lento como un elefante drogado. Ésta es una de ellas. Ahora corro como una vaca torpe, creo que no me queda mucho para llegar pero Bohemundo sigue siendo un Tiguar. Está a punto de alcanzarme y sé que hay palabras que matan. Necesito ganar un poco de tiempo.

Me giro con la sensación de hacerlo a la misma velocidad que un planeta en su movimiento de rotación, me parece que pasa todo un día completo hasta que consigo dar la vuelta. Enlazo una palabra inventada con el murmullo del lago y cae sobre Bochán un pesado y húmedo edredón de algas, como una tela de araña gelatinosa.
“Esto me dará el tiempo suficiente para limpiar mi alma de su ataque, o eso espero.”

Busqué una roca porosa que hiciera de esponja para que no se entristeciera la tierra con el residuo de la pena y lloré.
Lloré la palabra-bestia hasta que se durmieron los peces, hasta que se marchitó la roca, hasta que me volví transparente como el vidrio. Después continué hasta la parte más frondosa del bosque. Miré hacia atrás. Bochán, el Tiguar, volvía a correr tras de mí dejando en el aire amorfos latigazos de saliva.




5 de diciembre de 2010

Desierto de hielo
Los bosques de Phéser (III)




No había dicho nada desde que lo saqué de la taberna. Ahora me mira en silencio y con curiosidad. Es un animal alerta, gacela y guepardo a la vez.

Un soplo de brisa me acaricia la piel como una pincelada rápida sobre lienzo. Miro fijamente a Bohemundo, calculo su estado de embriaguez. Sus ojos: delgados relámpagos rojos cruzan su esclerótica; más adentro: danzas airadas revolotean como una nube de estorninos enajenados .
No reconozco a este hombre. No hallo rastro de Bochán, alguien borró las huellas del sendero a conciencia.

- ¿Dónde dejaste tu memoria?- Le pregunto abiertamente.

Silencio y chicharras.
Viento y silencio.

Mi mente trabaja a velocidad eléctrica.
Bohemundo frunce el ceño y aprieta los labios, sus mandíbulas son un cepo cerrado mientras respira como un fuelle por la nariz. Sabe qué estoy intentando hacer, su rostro se enrojece irritado por ortigas de sangre biliosa y negra.
No le aparto la mirada e insisto, busco el enlace en su mente. Miles de palabras se revientan como huevos contra un muro de cráneo: amor, locura, camino, peldaño, pérdida, corazón, revuelta, miedo, ternura, amistad, ¿aunque sea sólo amistad?, amistad, amigo, amiga, ¿sólo amistad?, amistad...
¡Veo grietas en la tierra que el mar se encarga de tapar rápidamente!
Sé que está ahí. Amistad, amistad, rechazo, desprecio.

¡DESPRECIO!

Bohemundo intentó alejarse del sufrimiento en los bosques de Phéser. Era un buen enlazador y supo hacerlo muy bien, ahora no es capaz de llorar o de reír.
Bohemundo se cerró al sentimiento, Bohemundo ahora es “cosa”. Ese es el enlace.

Apretó sus puños tan fuerte que parecía tener la intención de hacer fino polvo del viento, sus músculos se tensaron haciendo su cuerpo más voluminoso.
Si se defiende lo hará atacando.
Bestia parda en clara noche al pie de su madriguera: Instinto.

Yo seguía sin apartarle la mirada y solo veía sus ojos, su figura se difuminaba como un espectro indeciso y los bosques habían desaparecido por completo.
Solo sus ojos.

“Bohemundo es ‘cosa’, ese es el enlace.”
De nuevo utilicé la magia de la empatía con las cosas, esta vez con Bochán. Me puse en su lugar, vi mis ojos, me vi a mí y vi los bosques. Pero los bosques eran distintos, una pequeña parte, detrás del lago Kinshuó, aparecía en su visión como un desierto de hielo donde solo poblaban a sus anchas afiladas aristas, como guadañas mortales de ángeles blancos.
No pude cazar ni una mínima brizna de los pensamientos de Bochán ni de sus sentimientos, se había cerrado como una ostra atosigada por un gato juguetón.

Forcé con cautela.
Más por intuición que por conocimiento hilé una palabra estrella en aquel oscuro universo (no sabría pronunciarla, es una de esas palabras que se dicen con la mirada), y como la luz entre las rendijas de una puerta me colé en uno de los pasajes de la historia de Bohemundo, un momento feliz.

“Sólo era una sensación, un largo instante de felicidad y de alegría, como en un recuerdo infantil, pero que se distorsionaba; algo parecido a cuando se mezclan las señales de dos emisoras de radio. Sentí que Bohemundo intentaba mantener una amistad con alguien y el sutil rechazo que recibía.“

Me atacó, quería impedir a toda costa que me adentrara en su memoria olvidada. Me lanzó palabras que los ojos no pueden interpretar, que los oídos no son capaces de escuchar; palabras que se sienten en la piel: los proyectiles de una metralleta cargada de agujas.

Volví a mí.

Volvía a ver sus ojos y el bosque sin desierto. Me concentré en mi respiración, alejé cualquier pensamiento y le mantuve la mirada.

La cosa se ponía fea. Bochán siempre había sido un cabezota y un buen maestro. Me conocía bien y sabía cómo evitar y rechazar todos mis intentos de penetrar en su interior, aunque no fuera capaz de recordarme. Siempre queda un poso.

“Tendré que caminar por su frío desierto... si sé cómo encontrarlo.”