27 de febrero de 2011

Semilla dorada




La tarde comenzaba a cabecear sobre el almohadillado horizonte de cirros mientras la noche se desperezaba aspirando el aire previo al bostezo. Encinto suspiró. Sus pies ahora eran sabios y conocían las distancias y los caminos, no llegaría a la ciudad hasta entrada la noche.
Decidió encontrar refugio y seguir caminando antes del amanecer; quería entrar en Járiga con la luz del día.
Salió del camino rojizo hacia los tonos de contraste cuando una diminuta figura llamó su atención. Se acercó hasta ella y se agachó para contemplarla. Era una semilla dorada.
La puso en la palma de su mano y la llenó de sombra al cerrar sus dedos. Sin ningún motivo, Encinto comenzó a reír con carcajadas de sándalo y a llorar fresas lágrimas de euforia. Y corrió por los campos y saltó. Y cantó canciones de hiedras encaramadas al alma. Silbó, gritó, se revolcó por la tierra. Y una esquirla de luz que salía de la mano que daba sombra a la semilla le iluminó el rostro.


Encinto abrió los ojos, un día radiante entraba por la ventana. Se levantó de la cama y se asomó por la cristalera: Coches aparcados, algunos transeúntes, edificios de ladrillo rojizo... un día maravilloso.
Miró las palmas de sus manos sin pensar en nada y sin pensar en nada dijo “Sí, hoy es un sí, porque me late la vida. Seré voraz con el día como un lobo, caminaré despacio como un elefante, abriré los ojos como una lechuza y haré brotar a cada segundo mi semilla dorada. Porque tengo otra visión de la realidad y es bella hasta en su miseria. ¡Sí!”


Quizá en algún otro sueño alcance la ansiada ciudad de Járiga. Mientras tanto, y aun sin saberlo, ya ha empezado a obrar como imaginartesano.

19 de febrero de 2011

Gris y arruga traen memoria




“¿Quién disparó, fuiste tú?”
“¿Quién disparó?”

Y el pensamiento se establece entre las arrugas de su materia gris hasta que él mismo se convierte en pensamiento que no duerme. Y Encinto se vuelve gris. Y el pensamiento se vuelve músculo y le acerca el alimento como trompa de elefante. Y Encinto se siente pesado y lento.
Ya nada volverá a ser como antes...

El ambiente de la lobera se vuelve denso y aromoso como masa de dulce árabe, las respiraciones de los lobos emergen como gelatina que tirita ante sus ojos, y sus ojos solo ansían cerrarse.

-Tengo que salir de aquí, quizá un poco de aire fresco subyugue a la rapaz de ojos grandes y me deje volar al sueño.

Pisó la hojarasca y la hierba frías de escarcha deshaciéndolas con su calor corporal en breves charcos de agua. Apenas se dio cuenta de que volvía a caminar.
Emprendió su paseo en la noche, a través de un boceto a carboncillo del bosque de los lobos, volviéndose cada vez más gris y pesado hasta que el alba emergió desfigurando la sombra. Entonces supo de la memoria y la lentitud. Encinto ya era un elefante.

Un elefante de grandes orejas y parda piel cuarteada. De ojos pequeños, tristes, que destilan consideraciones y astros, y otras profundidades del ser que solo Encinto sabe descifrar no sin dobles interpretaciones. Un elefante de paso cruzado y hundido en la tierra. Un gran pensamiento cavilante y lento, como aguja pequeña de reloj que avanza inexorable en su circulo ficticio.

Encinto recogió su trompa en espiral acercándosela a la boca. Se alimentó de retoños y brotes tiernos. Se aseó en un lago del camino y antes de que cayera la tarde, por fin pudo dormir.

Su augusta memoria influyó en lo visible de sus sueños: Se encontraba en Entremundos y corría el mes “magnífico”. Un tímido “no”, en letras de seda, se aceraba en su crisálida hasta que la quebró con sus alas de metal. De allí partió, en ígneo vuelo, la mariposa venenosa que le atravesó el corazón, una Chrysiridia. Encinto se vio a sí mismo buscando la trayectoria de la la bala que después lo mataría. Y Chrysiridia fue bala aleteando en su pecho. Se vio morir. Y despertó.

Encinto, el elefante, caminó lento y gris, tocado por el sueño reciente. Caviló. Con su larga trompa dibujó una “S” y abriendo sus grandes orejas como una mariposa decidió poner rumbo a la ciudad de Járiga, en busca de la “I”.

¡Oh, sí, la “I” de los imaginartesanos!

Los bosques se fueron quedando calvos dando paso a los campos de siembra y a los caminos. -¡No puedo entrar en la ciudad con este aspecto tan grande y gris!- Se lamentó a viva voz. -¡He de encontrar mi cuerpo!

Y con su lento caminar y sus pequeños ojos tristes avanzó hasta una senda rojiza. La misma senda por la que empezó a caminar recién muerto.

Abrazó con su espiritrompa de elefante-mariposa el tronco del árbol claro donde en sueños le cantó una canción la luna y lo arrancó.
Las raíces movieron la tierra y se asomaron a la luz apretando sus ojos ciegos. Ahí estaba su ropa, enredada entre los tentáculos del árbol de corteza clara.
La recogió y la sacudió en el aire.
El árbol de corteza clara ardió desde la copa hasta la raíz y una ceniza de semillas tapó la herida de la tierra. Encinto se acostó sobre esa cicatriz y lloró, pequeños brotes lanceados cubrieron su cuerpo, que menguó hasta volver a ser de nuevo el de un hombre de busto tierno.

Miró sus manos sin pensar en nada. Y sin pensar en nada se vistió y volvió a caminar hacia la ciudad de Járiga.




5 de febrero de 2011

Boca grana y pensamiento rapaz




-Todas las cosas del mundo están desnudas, todas excepto los hombres. Y yo ya no quiero ser hombre, yo ya estoy muerto. Ahora quiero ser lobo y también quiero ser elefante, así me lo cantó la luna.


Con estos pensamientos caminaba hacia los llanos quebrados donde no hay ciudades ni gente. Se sentía satisfecho, había aprendido a reconocer los caminos con el tacto de sus pies e iba desnudo sin avergonzarse del cuerpo. Se orilló al borde del camino en dirección a una roca que le invitaba a sentarse, un trono natural veteado de grises donde podría, por un rato, colgar y balancear sus pies. Se sentó y cerró los ojos para encontrar la noche. De nuevo se quedó dormido y soñó. Soñó con escenas que no seguirían vivas cuando despertase. Y siguió soñando hasta que el viento quiso; porque fue el viento quien trajo en sus alforjas el sonido de las vocales cerradas que se alargan hasta la luna como el brillo de estelas con “chorus”, fue el viento quien trajo el aullido de los lobos en su bandeja de plata y fue el viento quien lo acarició con sus manos heladas. Encinto despertó al compás de un latido y su quieto corazón se reconfortó en el como si fuera un indulto.


-¡Ya llegan los lobos, ahora beberé de los ríos y comeré de la vida en su compañía! ¡Encinto quiere ser lobo y mamará de sus tetas la leche de luna que se derrama en la noche! ¡Ha llegado la hora, mi aullido será tan vertical como un orgasmo y ondulará en las ondas como bandera!


Y así fue como Encinto dio prioridad al sentido del olfato para recorrer los campos y aprendió a vivir en manada. Así fue como Encinto mató y comió de la vida sin remordimiento. Encinto, el del corazón parado, sacó sus dientes de estrella nacarada y los tintó de sangre caliente hasta que de tanta muerte recuperó la vida. Y Encinto dejó de andar por los caminos y se puso a correr. Corrió más que el tiempo y más que la distancia, ya nada podía medir su velocidad.


Jauría y saliva.
Sangre y luna.
Llegó la noche al cielo y la sombra a la tierra. Y sobre el bajo ramaje de un árbol de corteza oscura se posó un pensamiento con ojos de lechuza. Tras ahuecar sus alas, encendió el ave rapaz el fanal de sus ojos, descubriéndose presa de Encinto, el lobo de boca grana.
Encinto, el ahora depredador que sigiloso avanza, más felino que cánido y hambriento de tanto correr, con un salto fugaz lo atrapa y lo devora.


Encinto se ha comido un pensamiento de ojos abiertos en la noche calma. Un ave de plumas en tinta impregnadas que le graban su texto en la frente, hasta que Encinto se atraganta.


-Es hora de dormir junto a la manada. Mañana será otro día, mañana habrá nuevas horas.


Encinto corre descalzo y desnudo en la noche bajo la pálida luna. Y corre tanto que el viento se torna eléctrico de la fricción y las cosas dejan de ser concretas.
Cuando llega a la lobera, se tumba mezclado entre el pelaje que respira dormido y se deja contagiar. Pero no consigue alcanzar el sueño, el pensamiento de ojos abiertos le susurra en lo invisible: “Encinto, ¿quién disparó, fuiste tú?”