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Movimiento
Me salgo de lo que creo que veían los demás para centrarme en mi espectáculo, en mi mundo, en mis sensaciones, en mi más íntima locura. Mis movimientos son redondeados y cortantes al compás de una música esquizoide que roza una agresividad cínica y soñadora, una especie de drama onírico entre cuento de hadas y película de terror. Solo danzo con mi tronco y mis brazos tan largos como siete inviernos seguidos, representando aquello que soy: un ser de viento bien arraigado en la tierra. Por eso mis piernas se mantienen firmes. Yo sé volar sin irme. Yo sé del céfiro iracundo en la nocturna soledad. Yo sé de su suave correr entre las cosas para impregnarse de todo disimulando ser invisible. Yo soy hijo de Tíndaro y de Zeus; un hijo del viento, y jamás renunciaré a él, porque es mi base, mi esencia, mi alma pura, como un vaso que se derrama a otro vaso del que después beberán los que me aman y se despeinan a mi paso. Y por ello mi baile es ágil y el público aplaude no sabe bien por qué. Y mi dolor se derrama en sus ojos y lloro con cada gesto medido de mi expresión corporal. ¿Dónde estás?¿Bajo qué tela desapareciste o te volviste fantasma?¿Por qué te pusiste roja como una tarta de fresas?
Despego los pies del escenario y mi baile se vuelve un huracán, los roces de mi piel, el arrastrar de mis pies, mis jadeos e inhalaciones son la onomatopeya perfecta de este desastre natural. El público se pone en pie, aplaude. Aplaude como un mediodía de chicharras. Yo no dejo de sangrar por las clavículas y hasta el albero del escenario se motea carmesí mezclado con mi sudor. Te busqué bajo la funda de aquel edredón tres malditos años. ¿Dónde estás? Desfallezco, caigo en el suelo y comienzo a llorar rendido. El público sigue aplaudiendo desaforado y yo solo puedo llorar, casi ni respirar puedo. Mi quietud y estas lágrimas te arrastran, te llevan lejos, lejos.
Alguien me entrega un ramo de rosas, alguien me abraza, oigo que dicen que lo he hecho genial, que cuándo será la próxima actuación, bla bla bla bla bla... Todas las palabras se acolchan en un rumor amorfo y elástico que se vuelve indescifrable. Y en timelapse todo mi alrededor desaparece.
Hoy, en este baile, puedo decirme que te he olvidado como se olvida la infancia y que jamás volveré a bailar otra vez con este cayado de olmo. Jamás, jamás volveré a repetir esta danza. Me cubro con aquel edredón bien enfundado y me dejo dormir, callado, sin ruido en la cabeza, sin ti, con tu silencio, acompañado.