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En aquella parte de Entremundos había muchos tipos de puentes pero éste formaba parte del paisaje, lo enriquecía. Era uno de esos tipos de puente que imaginas cuando piensas en la palabra: Construido en piedra, con arcos apuntados; un puente curvo, con pretiles y calzada; un puente que une las dos orillas paralelas de un río; más que eso: era un puente de peregrinos. Me quedé suspendida sobre la rama del arce, elegí este árbol porque me fascina su otoño, pero la rama cedió por mi peso hasta quedarse la parte inferior en contacto con el agua. De vez en cuando me salpicaban algunas gotas y dos ramitas comenzaron a chocar entre sí haciendo un sonido constante de claqueta. Aquel ruido acabaría delatándome. Decidí cambiarme de rama o de árbol pero una sombra invadió el puente y me quedé, tan quieta como un jugador de ajedrez concentrado en un movimiento importante me quedé. Pensé, y creí, que mucho más natural acabaría pareciendo el ruido de un par de ramas que chocan entre sí mecidas por el agua que los movimientos de un cuerpo haciendo el mono, así que me quedé donde estaba, con suerte y la ayuda de la penumbra no me verían. Unas gotas de agua me salpicaron a la cara, las ignoré, como también ignoré el frío que intentaba invadirme, el sitio elegido se había vuelto incómodo pero ya no había marcha atrás. Creo que era Alhadira la que comenzó a avanzar hacia el ábside de la calzada del puente desde la margen izquierda, me pareció que llevaba el pelo cubierto con un gorro de lana de color gris y un abrigo ajustado, Jonás iba a su encuentro desde el lado derecho ataviado con un comando oscuro. Se pararon un segundo, como indecisos, después se abrazaron, un abrazo de reconocimiento y búsqueda aunque a mí me pareció el abrazo de dos seres perdidos. Alhadira se quedó mirando hacia el origen del río mientras que Jonás lo hacía a su destino. A mí esos detalles me llaman mucho la atención y te diría que me pareció un gesto muy simbólico: ella mirando al pasado, él al futuro, y el presente representado como un abrazo sobre un río imparable. Menuda imagen, ¡qué fuerza!
En mi humilde opinión, que a pesar de ser humilde lleva consigo el peso de todos los siglos vividos, y ya son muchos, los abrazos son tan bonitos como peligrosos, tienen un lado oscuro. Te hacen mirar por encima del hombro de la otra persona y en dirección opuesta, por eso pienso que es mejor cerrar los ojos en un abrazo. Desde donde me encontraba no distinguía sus ojos pero tengo mis intuiciones sobre aquel encuentro, como buena guardiana me las guardo para mí pero ya se verá.
Sé que la función de un enlazador es coser coincidencias, hechos, sueños, señales… Y quizás Jonás sea el mejor de los últimos tiempos pero créeme Ventura que esta vez no se enteró de nada, parecía que el río fluía por su corazón y por su cabeza en vez de por el cauce. Y ahora viene lo extraño, la razón por la que te cuento todo esto: Jonás y Alhadira decidieron dar un paseo bordeando el margen por el que yo estaba escondida. Creo que Jonás se había olvidado por completo de que yo andaba por allí esa noche y estoy segura de que no me vieron pero sí que miraron hacia donde me escondía, era imposible obviar el clac clac de las ramas. Estaban muy cerca y pude escuchar sus palabras. Jugaron a que aquel ruido era el sonido producido por algún duende o ninfa, o alguno de esos seres imaginarios en Entremundos, que aplaudía de alegría por el reciente encuentro y Jonás le propuso a Alhadira que le pusiera un nombre. ¿Y sabes qué nombre se le ocurrió? Efectivamente, ese mismo. Podía haberse inventado mil nombres pero no, Alhadira dijo: ¡Aya!
Me quedé de piedra, como Gabriela.
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