24 de junio de 2011

Nimrod y Jonas (Las consecuencias)




Cuando descubrió que Nimrod se encontraba por todas las partes de su propia conciencia iluminándola con el color blanco, Jonás supo que debía salir de aquel cuerpo con urgencia: Nimrod había muerto. Por eso agarró el hilo que era más grueso que los demás, el blanco de perla pulida, y fabricó un collar. Jonás imaginó que ese hilo era el que almacenaba los últimos recuerdos vividos, pero no sabía si el hecho de haberlo partido en dos había precipitado la muerte del Saksakayan. Jonás se acordaba de toda la experiencia con una nitidez extraordinaria, no se olvida así porque sí la sensación de ver nacer a una persona hacia la muerte. Eso es algo que ni se olvida ni se puede compartir con ningún mortal, nadie lo entendería. De hecho, ni él mismo llegaba plenamente a comprenderlo: lo había sentido, lo había vivido y eso era demasiado intenso para traducirlo a palabras.

Jonás no sabe cómo salió expulsado de aquel cuerpo ni cual fue el poder del collar que fabricó. Lo importante para él era estar de nuevo en Járiga, donde las piedras parlantes son tan ciertas como la mañana y el ocaso. Tampoco se paró a pensar porqué apareció dentro de Nimrod de aquella manera tan brusca y cuál era el motivo de aquel viaje a Entremundos. Fue todo muy rápido e improvisado, nada tuvo sentido entonces y a Jonás le parece que tampoco lo tiene ahora. Quizá cuando corra el tiempo y pueda aplicar el viejo arte de la sincronicidad lo entienda, pero a día de hoy es la única hoja de color en su libreta de hojas blancas.

Lo que Jonás sí que no sabe es que al abandonar el cuerpo del Saksakayan, con el collar del hilo de color blanco de perla pulida, perdió algo. Algo que tuvo que dejar a cambio de salvar su vida. Cuando una persona nace hacia la muerte todos sus recuerdos se borran de su alma. No se borran y desaparecen para siempre sino que se transforman en algo distinto. Solo la Niña-Reina entiende el proceso. Por eso Jonás siente un disimulado vacío que no existe, una especie de apenada ausencia sin concreción. El único recuerdo que compartía con Nimrod, el más intenso dentro de su invasión se volvió cenizas, y con él se llevó también su recuerdo. Jonás ya no piensa, ni recuerda, ni olvida, ni conoce a ninguna Alhadira.

Todos los pasados, presentes y futuros posibles ya son distintos.

18 de junio de 2011

Nimrod y Jonas (Sinestesia)




Un abisal y desgarrador quejido en grito rompió contra las costas de la oscuridad interna de Nimrod. Todo se encendió en su fuero interno, todo fue luz. Nimrod había despertado en su conciencia mientras que su cuerpo permanecía en coma y Jonás se sintió desnudo. No quedaba un ápice de oscuridad tras la que guarecerse, cualquier profundidad en la conciencia de su Saksakayan acababa de ser desprovista de velos; y todos los esquemas estratégicos de Jonás, el enlazador, se desmenuzaban en las aguas del cambio repentino. ¿Serían estas las horas del enfrentamiento? ¿Cómo reaccionaría un alma invadida? ¿A qué tipo de fuerzas tendría que medirse?... En todo esto pensaba el enlazador hasta que decidió poner fin a tantas y tan tontas preguntas, simplemente debía estar preparado, algo tan sencillo como eso: estar preparado. Jonás dejó de sentir temor, dejó de ocultarse y esperó.
Notaba la presencia de Nimrod por todos los lados, allá donde miraba, allá donde sentía, allá donde percibía la mínima expresión de cualquier detalle. Allá, en cualquier allá, todo estaba impregnado de la esencia misma del Saksakayan. Nimrod era todo lo que le rodeaba.


La luz de la conciencia, del espíritu, del alma, del inconsciente, del yo de Nimrod aumentó su intensidad y tomó un mismo color brillante, el blanco. Y fue entonces cuando Jonás pudo ver por vez primera en su vida lo que siempre le habían contado: que en el color blanco habitaban todos los colores. Nunca nunca nunca podría describírselo a nadie porque el poder de las palabras no llega hasta esas tierras. Pero Jonás veía en aquella blanca luz todos los colores sin verlos, los sentía, lo eran todo. Y se supo sinestésico con todo su ser.


Como si le hubieran clavado un cuchillo romo en el pecho se retorció Jonás. Sintió la urgencia de la huida, tenía que salir de aquel cuerpo antes de que fuera imposible. Cuando miró hacia el lugar de los hilos rotos que bordaban la memoria de Nimrod y los vio deshacerse, entendió lo que estaba ocurriendo. Quiso impedirlo, agarró el trozo de hilo que era más grueso que los demás, el blanco de perla pulida, el que él mismo había partido, y lo entrelazó hasta fabricar un sencillo collar que, sin pensar, se colocó en el cuello. Todas sus acciones fueron fruto de la improvisación, de la intuición del mejor enlazador de Járiga, y le sirvieron. Jonás salió despedido del Saksakayan y se encontró de pronto en medio de un camino en algún lugar desconocido. Echó mano al collar y éste se volvió ceniza en sus manos, luego lloró durante días mientras anduvo sin rumbo hacia no tiene importancia.


Pasó casi un año hasta que Jonás volvió a pensar en Nimrod, el quizás vigoroso cazador de las Tierras Azules. Y sobre un puente, mientras observaba el paso de la aguas del Río Graa, reflexionó sobre todo lo que vivió, todo lo que sintió.





10 de junio de 2011

Nimrod y Jonas (Descubrimiento)




La sutileza de lo que parecía ser la voz de Nimrod se convirtió en el grito desgarrador de una mujer intentando dar a luz un elefante. Jonás templó sus nervios, si Nimrod se encontraba en coma y solo podía vivir dentro de su mente o de su espíritu, tarde o temprano lo acabaría descubriendo. Mucho le habló Bohemundo de qué debía hacer en el caso de ser descubierto por un Saksakayan, pero jamás pensó encontrarse en esa situación. Es más, Bochán le advirtió que cada Saksakayan es diferente, tan diferente como tipos de personas, y que todo lo que estaba aprendiendo no eran más que unas cuantas nociones teóricas... Jonás pensó en lo raro que era Nimrod, lo cual no le ayudaba nada a tranquilizarse. Y Jonás, que ya de por si se pensaba pensamiento, pensó con toda la rapidez que pudo en hallar un escondrijo más profundo que la trastienda de la mente de Nimrod. Y encontró el camino...

El grito del quizás vigoroso cazador de las Tierras Azules encendió tenues luces en su propia conciencia y Jonás logró ver un pequeño destello morado en aquel espacio sin formas. Se acercó hasta el lugar de donde provenía aquel destello sintiéndose un ser alado de esos que habitan en libros sagrados de desahuciadas religiones relegadas al imaginario de los tiempos, como un ángel; y entró en él. Una fortísima sensación de contradicciones lo inundó por completo, jamás había estado ni sentido algo tan grande, ajeno y a la vez tan pequeño y propio como aquello. Pensó que debía haber entrado en el mismo alma de Nimrod... ¿Pero existía el alma? Jonás se atrevió a decir que sí, que el alma existía; es más, apostaría su vida en ese mismo instante al sí. Ver para creer, decían las gentes de todos los lugares por donde pasó Jonas. Le vino este dicho a la memoria no como una verdad sino como la tontería más grande nunca dicha. “¡Oh, no... no es ver para creer, es sentir para saber, para conocer!” Eso sí que le pareció correcto. Y Jonás sintió ser la misma diferente persona que Nimrod, y se fundió en él como todas las cosas se funden en el calor extremo. Y no paró de reír llorando, y no dejó de mirar sin ver, y tampoco dejó de sentirse el ser más pequeño del universo ante el descubrimiento más grande que nunca hubiera logrado.

No debía de ser un ser vivo, aquel grito pertenecía a... ni siquiera a una mujer... a “algo” que estaba pariendo una gran e inmensa roca inanimada. A Jonás le dolió hasta en lo invisible, le llenó de pena, lloró. Y tomó una decisión, y se atrevió a ejecutarla.

Nimrod tenía que morir.
Jonás debía matarlo.
Jonás vivía dentro de Nimrod.
Nimrod no iba a permitírselo.
Jonás no contempló más opciones.





3 de junio de 2011

Nimrod y Jonas (Vértigo ciego)




Oyó sirenas y bullicio, palabras que se cruzaban con urgencia... Jonás podía sentir el vértigo a través de los sonidos como un trapecista ciego. La sensación era muy extraña; sin visión: el ruido, las palabras y todos los sonidos se habían vuelto gaseosos, sin forma concreta. Jonás se esforzaba en entender qué había pasado, escuchó: “Hombre, unos treinta años, posible fractura craneo-encefálica, pulso controlado...”; y el traqueteo de pequeñas ruedas deslizándose por un suelo liso. Se encontraba en un hospital. A Jonás le maravillaban los hospitales, se les asemejaban aeropuertos o estaciones de tren, había quien llegaba para quedarse y quien partía para siempre, otros viajaban de ida y vuelta y otros deambulaban por allí con la ausencia o la extrañeza esculpida en sus rostros. Nimrod parecía haber desaparecido por completo, Jonás miró los hilos de los que tiraba: todos rotos, todos menos uno.


Una voz de hombre aguda como un clarinete interpretaba la sonatina que llenó a Jonás de angustia y desasosiego: ⎯ El paciente se encuentra en coma, intentad localizar a su familia ⎯. Y la oscuridad se volvió más negra, y el negro dejó de ser el color más oscuro que conocía, y todo lo que conocía se volvió ajeno, y no había nada más ajeno a Jonás que aquel cuerpo y aquella mente en la que se sentía prisionero. Quiso llorar de rabia, quizá de impotencia, quizá de angustia, pero no lo hizo. En cambio agarró el único hilo que todavía no se había roto y lo partió en dos. Ahora sí que era imposible empeorar más la situación, una vez alcanzado fondo la única alternativa posible era ir a mejor. O eso creía.


La sensación que tenía era la de estar dentro de una habitación móvil sin luz, sin ventanas y sin puertas. No sabía hacia dónde le movían, no podía contemplar los rostros de los que hablaban o cuchicheaban, aquello era un desierto de noche cerrada sin estrellas. Se le ocurrió una idea, quizá... Pero no funcionó. Así que de nuevo optó por volver a tranquilizarse. Alhadira volvió a ocupar sus pensamientos y de paso toda aquella negrura en la que se encontraba inmerso. Contempló su piel de nácar en el perfil derecho de su rostro mientras cruzaba la carretera y sus ojos cuando inconscientemente lo descubrieron. “¿Qué habría sentido?” se preguntó, “¿qué demonios se le pasó por la cabeza en aquel rápido instante?” Jonás repasaba la escena una y otra vez siguiendo la línea de un circulo imaginario. Y un pequeño murmullo, algo como la frecuencia sutil que derrama el universo llegó hasta sus extraordinarios oídos. Parecía... No era posible, no podía ser posible... parecía, a pesar de lo atenuado y lejano que lo percibía, ser la voz de Nimrod. ¿Sería este Nimrod el vigoroso cazador de las Tierras Azules? Y a Jonás se le encendió una temblorosa llama de candil en aquella solitaria obscuridad.