En Járiga la imaginación es cierta. Tan cierta como las piedras parlantes y el muerto errante en la mañana.
3 de junio de 2011
Nimrod y Jonas (Vértigo ciego)
Oyó sirenas y bullicio, palabras que se cruzaban con urgencia... Jonás podía sentir el vértigo a través de los sonidos como un trapecista ciego. La sensación era muy extraña; sin visión: el ruido, las palabras y todos los sonidos se habían vuelto gaseosos, sin forma concreta. Jonás se esforzaba en entender qué había pasado, escuchó: “Hombre, unos treinta años, posible fractura craneo-encefálica, pulso controlado...”; y el traqueteo de pequeñas ruedas deslizándose por un suelo liso. Se encontraba en un hospital. A Jonás le maravillaban los hospitales, se les asemejaban aeropuertos o estaciones de tren, había quien llegaba para quedarse y quien partía para siempre, otros viajaban de ida y vuelta y otros deambulaban por allí con la ausencia o la extrañeza esculpida en sus rostros. Nimrod parecía haber desaparecido por completo, Jonás miró los hilos de los que tiraba: todos rotos, todos menos uno.
Una voz de hombre aguda como un clarinete interpretaba la sonatina que llenó a Jonás de angustia y desasosiego: ⎯ El paciente se encuentra en coma, intentad localizar a su familia ⎯. Y la oscuridad se volvió más negra, y el negro dejó de ser el color más oscuro que conocía, y todo lo que conocía se volvió ajeno, y no había nada más ajeno a Jonás que aquel cuerpo y aquella mente en la que se sentía prisionero. Quiso llorar de rabia, quizá de impotencia, quizá de angustia, pero no lo hizo. En cambio agarró el único hilo que todavía no se había roto y lo partió en dos. Ahora sí que era imposible empeorar más la situación, una vez alcanzado fondo la única alternativa posible era ir a mejor. O eso creía.
La sensación que tenía era la de estar dentro de una habitación móvil sin luz, sin ventanas y sin puertas. No sabía hacia dónde le movían, no podía contemplar los rostros de los que hablaban o cuchicheaban, aquello era un desierto de noche cerrada sin estrellas. Se le ocurrió una idea, quizá... Pero no funcionó. Así que de nuevo optó por volver a tranquilizarse. Alhadira volvió a ocupar sus pensamientos y de paso toda aquella negrura en la que se encontraba inmerso. Contempló su piel de nácar en el perfil derecho de su rostro mientras cruzaba la carretera y sus ojos cuando inconscientemente lo descubrieron. “¿Qué habría sentido?” se preguntó, “¿qué demonios se le pasó por la cabeza en aquel rápido instante?” Jonás repasaba la escena una y otra vez siguiendo la línea de un circulo imaginario. Y un pequeño murmullo, algo como la frecuencia sutil que derrama el universo llegó hasta sus extraordinarios oídos. Parecía... No era posible, no podía ser posible... parecía, a pesar de lo atenuado y lejano que lo percibía, ser la voz de Nimrod. ¿Sería este Nimrod el vigoroso cazador de las Tierras Azules? Y a Jonás se le encendió una temblorosa llama de candil en aquella solitaria obscuridad.
Enviar por correo electrónicoEscribe un blogCompartir con TwitterCompartir con FacebookCompartir en Pinterest
Publicado por
Rove Rivera
el
3.6.11
Etiquetas:
Entremundos,
Jonás,
Nimrod
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
"...una vez alcanzado fondo la única alternativa posible era ir a mejor..."
ResponderEliminar...y escuchó la voz... tal vez si que fuera Nimrod... jeje tal vez, si lo fuera.