10 de junio de 2011

Nimrod y Jonas (Descubrimiento)




La sutileza de lo que parecía ser la voz de Nimrod se convirtió en el grito desgarrador de una mujer intentando dar a luz un elefante. Jonás templó sus nervios, si Nimrod se encontraba en coma y solo podía vivir dentro de su mente o de su espíritu, tarde o temprano lo acabaría descubriendo. Mucho le habló Bohemundo de qué debía hacer en el caso de ser descubierto por un Saksakayan, pero jamás pensó encontrarse en esa situación. Es más, Bochán le advirtió que cada Saksakayan es diferente, tan diferente como tipos de personas, y que todo lo que estaba aprendiendo no eran más que unas cuantas nociones teóricas... Jonás pensó en lo raro que era Nimrod, lo cual no le ayudaba nada a tranquilizarse. Y Jonás, que ya de por si se pensaba pensamiento, pensó con toda la rapidez que pudo en hallar un escondrijo más profundo que la trastienda de la mente de Nimrod. Y encontró el camino...

El grito del quizás vigoroso cazador de las Tierras Azules encendió tenues luces en su propia conciencia y Jonás logró ver un pequeño destello morado en aquel espacio sin formas. Se acercó hasta el lugar de donde provenía aquel destello sintiéndose un ser alado de esos que habitan en libros sagrados de desahuciadas religiones relegadas al imaginario de los tiempos, como un ángel; y entró en él. Una fortísima sensación de contradicciones lo inundó por completo, jamás había estado ni sentido algo tan grande, ajeno y a la vez tan pequeño y propio como aquello. Pensó que debía haber entrado en el mismo alma de Nimrod... ¿Pero existía el alma? Jonás se atrevió a decir que sí, que el alma existía; es más, apostaría su vida en ese mismo instante al sí. Ver para creer, decían las gentes de todos los lugares por donde pasó Jonas. Le vino este dicho a la memoria no como una verdad sino como la tontería más grande nunca dicha. “¡Oh, no... no es ver para creer, es sentir para saber, para conocer!” Eso sí que le pareció correcto. Y Jonás sintió ser la misma diferente persona que Nimrod, y se fundió en él como todas las cosas se funden en el calor extremo. Y no paró de reír llorando, y no dejó de mirar sin ver, y tampoco dejó de sentirse el ser más pequeño del universo ante el descubrimiento más grande que nunca hubiera logrado.

No debía de ser un ser vivo, aquel grito pertenecía a... ni siquiera a una mujer... a “algo” que estaba pariendo una gran e inmensa roca inanimada. A Jonás le dolió hasta en lo invisible, le llenó de pena, lloró. Y tomó una decisión, y se atrevió a ejecutarla.

Nimrod tenía que morir.
Jonás debía matarlo.
Jonás vivía dentro de Nimrod.
Nimrod no iba a permitírselo.
Jonás no contempló más opciones.





1 comentario:

  1. “¡Oh, no... no es ver para creer, es sentir para saber, para conocer!”

    La grandeza de descubrir la luz interior, la grandeza de hacerse pequeño... si la opción era matar, supongo que sería la mejor alternativa.

    ¡Ay Jonás, cómo dueles cuándo dueles!

    Un beso de amor, artista... te sigo (como siempre)

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