23 de febrero de 2014

Un cayado para bailar II



photo credit: Manuel Delgado Tenorio via photopin cc

Antes de comenzar


Entré en su vida tan despacio que pese a los años que llevamos juntos aún no se ha acostumbrado, y ya nos empezó a nevar el pelo hace un par de inviernos. A veces mientras colaboramos en silencio en alguna tarea veo en sus ojos que soy un extraño, un invasor que conoce sus flaquezas y que le permite ser. “Yo no quiero ser lo que soy” me reprochan esos ojos en la extraña furia de su dulzura. Ella coloca los platos en su lugar mientras yo barro el suelo de la cocina, elegimos no poner lavavajillas para compartir tareas y vencer a la pereza. A veces reñimos porque a uno de los dos le toca fregar y no le apetece, en ocasiones intentamos sobornarnos con sexo o con un día futuro de plena dedicación a la voluntad del otro, a ser posible un domingo. Me encanta ganar y pedirle que me acaricie el pelo o que se agarre a mí mientras le leo un cuento en voz alta o mientras escuchamos sin hablar música tranquila al temblor de una vela en la oscuridad de la habitación. Es su cumpleaños, su cuarenta y siete aniversario, dice que se ve unas chichas que no le gustan sobre la cadera y se queja de culo y de celulitis ¿Quién coño nos enseña a odiarnos? pregunta en alto, y se pone a doblar ropa de cama. Me pide que le ayude con la funda nórdica y me mira seria desde las costuras contrarias en una especie de duelo telar. Sé cuando debo no entrar en el tema y guardo un silencio premeditado. Nos acercamos el uno al otro para la entrega de las esquinas de tela y nos separamos a una distancia menor, parece que bailáramos de incógnito. Nos volvemos a acercar y le suelto un beso breve en los labios, feliz cumpleaños le digo. Sus ojos se encienden como un pastel de fresas y me da un bofetón. Pensé que eras la piñata de la fiesta, con la edad se me va la cabeza me dice y luego se ríe a carcajadas. Vamos a tener que empezar de nuevo con la funda, manos largas, le increpo teatralmente y ella me dice que los besos aquí los da ella. Coge la funda del edredón y se lo echa por encima. Pienso que es un juego y me meto dentro con intención de jugar y buscarla.

Tres años después logré salir de debajo de aquella tela, vencido y sin hallarla, y esta es la razón por la que necesito bailar.

La oscuridad se precipita sobre la sala como un leopardo hambriento sobre una gacela quieta. Todo el teatro parece un espacio vacío entre galaxias mientras floto hasta el centro del escenario guiándome por unas pequeñas marcas adheridas al suelo que mantienen una tenue luminiscencia. Me coloco erguido como un poste separando el cayado de mi cuerpo en un ángulo de unos 45 grados. Y allí me quedo quieto hasta que una luz blanca niebla cenital me ilumina. El público aplaude mi puesta en escena con entusiasmo, no es para menos. Si yo hubiese estado entre los espectadores hubiera gritado de horror pero la individualidad entre masas está mal vista, así que supongo que la mayoría de los presentes son personas con un gran sentido de la ficción, cosa por cierto de la que pese a ser actor carezco. Sé que sin más detalles no podéis imaginar cómo me muestro ante ellos. No soy muy bueno describiendo, sobre todo por falta de léxico, pero me intentaré acercar a la sensación que por empatía y distancia creo proyectar:

Mi cuerpo es delgado y largo como el de un lagarto, estoy completamente depilado y desnudo excepto por un bóxer de color carne que cubre mi sexo. Aproveché la oscuridad para, entre bastidores, deslizar una cuchilla por cada una de mis clavículas. Y había orden de dejar caer desde arriba nieve de poliexpan. Así que imaginad mi imagen mientras detrás de mí gira lentamente un gran ventilador al tiempo que suena Insides de Jon Hopkins y el movimiento da comienzo.




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Presentación

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